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Pueblo de Dios por ser Cuerpo de Cristo
2 comentariosLa palabra Iglesia, que el Nuevo Testamento emplea para designar a la comunidad de Jesús, proviene del griego ekklesia, que significa reunión. El término equivalente hebreo, que emplea el Antiguo Testamento es kahal, palabra que designa la congregación del pueblo de Israel. El pueblo de Israel es “preparación y figura” del “pueblo de Dios” que nace de “la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo” (Lumen Gentium, 9). En los años posteriores al Concilio Vaticano II la teología empleó insistentemente la expresión “pueblo de Dios” para referirse a la Iglesia. De este modo, además de notar que la Iglesia es heredera del pueblo de Dios del A.T., se ponía de relieve algo fundamental, a saber, la radical igualdad que, por el bautismo, hay entre todos los miembros de la Iglesia y, por tanto, la comunión que entre ellos debe darse, en suma, la conciencia fraterna de la Iglesia. El concepto de pueblo no remite a una masa amorfa, que estaría “en” un pueblo, sino a una comunidad de personas adultas, conscientes de sus propias responsabilidades y convicciones, que “son” ese pueblo. Asunto distinto es que dentro de ese pueblo haya tareas, ministerios y funciones diferenciadas, pero antes de las diferencias hay una cualidad común a todos los miembros de la Iglesia.
La terminología de pueblo de Dios tiene sus arraigos en el A.T., pero se encuentra también en el N.T. (Rm 9,25; Heb 4,9; 8,10; 1 Pe 2,10; Ap 18,4; 21,3). Ahora bien, además de la continuidad con el pueblo del A.T., la Iglesia comporta una novedad que se expresa añadiendo que ella es “Cuerpo de Cristo”, que vive del cuerpo (eucaristía) y de la palabra de Cristo. Esta imagen remite a la comunión que debe haber entre todos los miembros del cuerpo, a la necesidad que tienen los unos de los otros, pero también a las diferentes funciones que tienen esos miembros. Y orienta hacia Cristo como cabeza del cuerpo, que une, armoniza y vivifica a todos los miembros. En el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios encontramos el texto fundamental que define a la Iglesia como “cuerpo de Cristo”, después de haber definido (en el capítulo 11) también a la eucaristía como “cuerpo de Cristo”. Eucaristía e Iglesia se definen del mismo modo precisamente porque la eucaristía constituye a la Iglesia y la Iglesia hace (y celebra) la eucaristía. No puede darse la una sin la otra.
La remisión de la Iglesia a Cristo nos permite situar la fundación de la Iglesia, querida por Cristo, frente a algunas ambigüedades que hoy pretenden desligarla del Jesús histórico. “Nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios”, afirma Lumen Gentium, 5. Podemos ir más lejos, y afirmar que en el N.T. se encuentran los gérmenes de una estructura que se remonta a las palabras y hechos de Jesús, pues (como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 765), “el Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3,14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19,28; Lc 22,30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21,12-14). Los Doce (cf. Mc 6,7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (Cf. Mt 10,25; Jn 15,20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia”.