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Preocupante suicidio
6 comentariosLeo una noticia sorprendente y preocupante: los accidentes de tráfico han dejado de ser la primera causa “no natural” de muerte. El triste honor de ocupar el primer lugar corresponde ahora a los suicidios. Los datos registrados (sin duda los datos reales serán más y aún más los intentos frustrados) del 2008 dan una cifra de 3.421 defunciones por suicidio en España. Detrás de cada suicidio hay una vida. ¿Fracasada? Más bien una vida a la que las circunstancias le han podido y le han conducido a la tristeza, a la depresión, a la soledad, a la desesperación. Una vida que merece compasión y comprensión.
Ante el suicidio aparecen las preguntas sin respuesta: ¿por qué lo hizo?, ¿podíamos haberlo evitado? Aparece también el golpe emocional para las personas cercanas al suicida. Se diría que la muerte no ha jugado limpio: se ha llevado a alguien antes de hora. A veces surge, en los más cercanos, la vergüenza. La vida sigue para ellos, pero con el miedo a ser juzgados como causantes del abandono del difunto: “si lo hubiera sabido”. Pero ¿cómo comprender el fondo del otro, cómo calibrar su grado de tristeza, cómo llenar la soledad del amigo? La decisión ha sido suya, enteramente suya, una decisión que no debe ser condenada, sino comprendida y perdonada.
La tristeza no proviene de Dios. La alegría, por el contrario, es un don del Espíritu Santo. ¿Es posible la alegría cuando las dificultades nos abruman? Las bienaventuranzas de Jesús presuponen que en este mundo hay mucha gente desgraciada. Y, sin embargo, a estos Jesús les anuncia que es posible ser felices en el momento presente, si se cumplen determinadas condiciones, que exigen transformar la existencia del cristiano y del mundo. En la pobreza, el hambre, el sufrimiento, la marginación y la muerte, es posible ser felices. Porque la Cruz está ahí como una victoria y no como un fracaso. Los afligidos, las personas hundidas bajo el peso de la calamidad, pueden experimentar ya el consuelo de Dios. Nosotros somos los trasmisores de este consuelo. Aunque reconozco que no es fácil encontrar la palabra y la actitud adecuada ante la gente deprimida.