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Peligro de muerte, anhelo de Dios
5 comentariosLa vida, también la humana, ha podido crecer y desarrollarse gracias al cambio, a la desaparición, a la muerte de numerosas especies vegetales y animales. Estos cambios y estas muertes han hecho posible la aparición de nuevas especies y la aparición del hombre. Debemos, pues preguntarnos por la relación que tiene la vida con la muerte. Generación y corrupción, nacimiento y muerte es la ley de la naturaleza. Así es como actúa la evolución.
El naufragio de todo ser humano en la muerte, ¿es la última palabra de la conciencia? La posible supervivencia de la conciencia ha estado siempre ligada a la fe en Dios. Fuera de la referencia a Dios, la muerte parece lo más “natural”. Y, sin embargo, es posible, aún prescindiendo de Dios, descubrir en el secreto de la conciencia una reivindicación contra la muerte. La corrupción y la muerte son contrarias a la naturaleza del hombre, decía Tomás de Aquino; atentan contra el más profundo deseo de vida. ¿Con qué derecho la naturaleza destruye una conciencia que, al fin y al cabo, no es obra suya ni está directamente bajo su dominio? Si el hombre capitula frente a la muerte, nadie protestará en su nombre. La conciencia debe mostrarse tan intransigente en su reivindicación de la vida como intransigente se muestra la naturaleza en su obra de muerte.
La naturaleza no tiene conciencia ni corazón; ella no es solidaria con el hombre. Por eso el hombre tampoco se solidariza totalmente con este universo que la conduce a la muerte. El universo nos ha dado mucho, pero nos falta algo esencial. Y en esta falta, en esta carencia, en este vacío que la naturaleza no puede colmar, se encuentra la apertura a lo Trascendente. La falta de aire es un reclamo, una exigencia de aire; y la falta de Dios nos hace anhelarle, aunque desconozcamos su nombre. Cierto, no es el peligro de muerte en el que estamos lo que hace que exista el Dios Trascendente, pero este peligro es el que nos permite notar la falta de “algo”, la falta de Dios. Puesto que la trascendencia humana es incapaz de cerrarse sobre sí misma y su mortalidad, la trascendencia humana dispone del poder de abrirse a Aquel que la sostiene.