Jun
Parábola mal escrita
2 comentariosUn compañero mío contaba una vez confidencias sobre su madre, una mujer buena que le transmitió la fe cristiana. Entre otras cosas contó que su madre decía que algunas parábolas estaban mal escritas. Por ejemplo la del hijo pródigo. Ella pensaba que lo que el padre de la parábola hizo, salir de casa para ir a buscar a su hijo, cubrirle de besos y organizar una gran fiesta cuando lo encontró, no parecía propio de un padre. Eso, decía la buena mujer, sólo puede hacerlo una madre. También podía haber añadido que la parábola era una buena prueba de que tanto Jesús, como el Dios que Jesús revelaba, tenía sentimientos maternales, porque esos sentimientos no son patrimonio de las mujeres, sino una buena manifestación de humanidad.
No se trata ahora de aprovechar esta anécdota para hacer una disquisición sobre la parábola de este padre que tenía dos hijos y que, según la parábola original, la que escribió el evangelista, salió a buscar a los dos, porque los dos estaban fuera de casa. Pero sí se trata de notar que esta mujer que decía que la parábola estaba mal escrita había adivinado algo muy importante a la hora de escuchar las parábolas de Jesús. Estas parábolas no se entienden cuando alguien te las explica, sino cuando tú puedes contar tu propia parábola, una parábola que se corresponda en tu vida a lo que dice la que cuenta Jesús. Por eso, si tras escuchar las parábolas de Jesús, no surge la pregunta: ¿qué voy a hacer yo después de escuchar este relato, volver a mis rutinas de todos los días, o cambiar mi vida según lo exige la parábola?, si no surge esta pregunta, digo, es que no hemos entendido la parábola. Y si surge la pregunta, entonces algo cambiará en tu vida y precisamente porque algo ha cambiado, podrás contar tu propia parábola, la de tu vida.
Desde esta perspectiva, bien podemos decir que todas las parábolas están mal escritas, porque todas están esperando que nosotros hagamos la buena escritura. Una buena escritura que, en realidad, es el relato, no de lo que “yo haría”, sino de lo que voy a hacer y lo que de hecho hago tras escuchar la parábola. La madre de mi compañero no hacía un discurso feminista, simplemente se preguntaba si aquello que el padre del relato hacía no era lo que ella como madre debía hacer, y lo que todas las madres (y también los padres, hermanos, hermanas, amigos y amigas) debemos hacer.