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Para provocar nuestro amor
4 comentariosEl ser humano no puede ser obligado a amar a Dios porque la libertad es constitutiva de su naturaleza. Y, sin embargo, en este amor está su perfección, allí encuentra el hombre su felicidad más plena, su máximo bien. Incluso para los que no creen en Dios, triunfar o fracasar en el amor es triunfar o fracasar en la vida. Pues bien, “para provocar nuestro amor a Dios nada pudo ser más eficaz que el que la Palabra de Dios asumiera nuestra naturaleza”, escribe Tomás de Aquino en su Tratado sobre las razones de la fe. Porque así se manifiesta del mejor modo lo mucho que Dios ama a los hombres. Y “no hay nada que provoque más a amar que el que uno se sepa amado”. Añade Sto. Tomás que es relativamente fácil amar y conocer a otro ser humano. Lo que no está a nuestro alcance es “considerar la sublimidad divina y ser llevado hasta ella con el debido impulso del amor”. Precisamente para que el ser humano conociera hasta qué punto le ama Dios, Dios quiso hacerse hombre para que “incluso los niños pudieran pensar en él y amarlo como semejante a ellos”.
Además, al hacerse Dios hombre se nos proporciona una gran esperanza, la de que es posible participar de la felicidad perfecta que únicamente tiene Dios, el eternamente feliz por naturaleza. O sea, se le proporciona al hombre la esperanza de llegar a ser Dios. Si al hombre, débil por naturaleza, se le promete una bienaventuranza que supera su capacidad, difícilmente la podría esperar “si además no se le mostrara la dignidad de la criatura humana”. Al hacerse hombre, Dios manifiesta y refuerza la dignidad de lo humano. Nos da así la esperanza de que también nosotros podemos llegar a unirnos con él, y ser felices con su felicidad. La dignidad humana es tan alta que sólo Dios es digno del hombre. Poner el corazón fuera de Dios no está a la altura de la grandeza del ser humano, dado que el hombre “es tan próximo a Dios, que Dios mismo quiso hacerse hombre”.