Jul
Origen del pecado en ángeles y humanos
6 comentariosDios, si se decide a crear, no puede crear otro Dios, porque “otro Dios” sólo sería la prolongación de Dios. Si se decide a crear, Dios sólo puede crear lo distinto de él. Y lo distinto de Dios, no es Dios. Por tanto, es una realidad finita y limitada. Eso sí, cuando se decide a crear una criatura a su imagen y semejanza, esta criatura lleva una huella de Dios en su propia estructura. Así se comprende que en esta criatura haya un irremediable anhelo de Dios.
Lo primero que hace una criatura es “afirmarse” a sí misma. Lo más fácil, la tendencia primera, es afirmarse “frente” al otro. La buena afirmación es afirmarse en el amor, en la relación, en la acogida. Pero el amor, siendo algo natural y propio de lo humano, no es la primera tendencia natural, porque no es fácil, porque el amor, en cierto modo, implica dejar de mirarse a uno mismo para fijarse en el otro.
Y ahí está la explicación del pecado original, en el afirmarse “contra” el Otro. Este es “el origen” de todo pecado. Este pecado, propio de los humanos, es una posibilidad y tendencia que se encuentra en toda criatura libre e inteligente. Y cuanto más perfecta sea esa criatura, más posibilidades tiene de cometer ese pecado. De ahí que el pecado original no es una posibilidad humana, sino una posibilidad de la criatura libre e inteligente. Así se comprende la doctrina eclesial sobre el pecado de esas criaturas inteligentes y tan próximas a Dios, como son los ángeles. Algunos de ellos, en su más fácil y cómoda tendencia, buscaron afirmarse frente a Dios. Otros se afirmaron con Dios. Esta es la doble posibilidad de toda inteligencia y libertad no divinas.
En el origen del pecado y, paradójicamente, en el origen de la gracia, está el afirmarse a sí mismo. En el pecado nos afirmamos contra el otro. En la gracia nos afirmamos con el otro, sea el hermano, sea Dios. Como afirmarse con el otro es también una afirmación mutua, resulta que ahí se encuentra la indestructible solidez del amor.