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Muchos no pueden ser pocos
7 comentarios¿A qué problema ideológico me refiero al decir que no convendría mal entender el cambio de traducción litúrgica, si es que así ocurre y cuando ocurra, de la sangre “derramada por todos los hombres” en sangre “derramada por muchos”? El peligro vendría si se entendiera que “muchos” no son “todos”. Me dicen, no lo he podido comprobar, que algunas introducciones que se están ya preparando para las nuevas ediciones del Misal en países americanos, insisten en que la sustitución de “todos” por “muchos” tiene una razón teológica: de hecho la redención no llega a todos, porque para que llegue se necesita la colaboración humana.
Cierto, la obra salvífica de Cristo no puede olvidar la libertad humana. Dios no salva al que no se deja salvar. La cuestión es: ¿y cómo sabemos nosotros quién se deja o no salvar? No lo sabemos. Al hacer intervenir la libertad humana no hay que pensar que la mayoría rechazan la acción de Dios en sus vidas. Así se ha creído durante mucho tiempo. San Agustín, por ejemplo, pensaba que eran más los condenados que los salvados. Desde este presupuesto resultaría que la sangre derramada “por muchos” sería en realidad derramada “por pocos”. A los que así piensan, aunque no se atrevan a explicitarlo, les encantará el cambio de traducción, pero será a costa de una cierta incoherencia. Porque mientras muchos pueden ser todos, y en todos encuentra el muchos su mejor realización, es claro que muchos no pueden convertirse en pocos, porque dejan de ser muchos.
Por tanto, con una u otra traducción, hay que dejar bien claro el alcance universal de la obra redentora de Cristo. Lo dijo muy bien el Concilio Vaticano II: “Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien al misterio pascual de Jesucristo”.
Final con un poco de humor: recuerdo un chiste de Mingote, en el que una señora con rosario, poco después de acabado el Vaticano II, le decía a otra señora: “Ya puede decir lo que quiera ese Concilio, que al final nos salvaremos los de siempre”. Es de esperar que “los de siempre” seamos, como dice el Apocalipsis, una multitud inmensa que nadie puede contar.