May
Mis ovejas escuchan mi voz
2 comentarios
El cuarto domingo de Pascua se lee siempre un fragmento del capítulo 10 del evangelio de Juan. En este capítulo, Jesús se presenta con la imagen del buen pastor. Este año leemos el breve fragmento final con el que termina este capítulo 10 del evangelio de Juan, el que comienza con esta palabra de Jesús: mis ovejas escuchan mi voz.
Más que voces, lo que hay en este mundo es mucho ruido. Por eso no es fácil en medio de tanto ruido escuchar voces con sentido. Por otra parte, son muchas las voces que quieren guiarnos. Tanto ruido y tanta voz exige atención y discernimiento pues, a veces, no son los que más gritan los que dicen cosas sensatas. El griterío suele ser signo de insensatez. Los gritos suelen ir acompañados de mucha vaciedad. La pregunta que ayuda discernir es: ¿estas voces buscan nuestro bien? Ni lo más cómodo, ni lo más entretenido, ni lo más halagador, ni lo que hace más ruido, suele ser lo mejor. En medio de tantas voces nos llega la voz de Jesús. De él podemos fiarnos. Porque él conoce los caminos que pasan por el valle de la muerte, los ha recorrido y ha abierto pasos en medio de ellos.
Añade Jesús, tras decir que sus ovejas escuchan su voz: “yo las conozco”. Jesús conoce a los suyos no de forma general, no de forma estadística. Conoce personalmente a cada uno por su nombre. Tiene con los suyos una relación íntima, profunda, hecha de cercanía, conocimiento y amor. Una relación tan íntima como la que tiene con el Padre, ese Padre que conoce a su Hijo Jesús, y el Hijo que conoce a su Padre Dios. ¿Cómo podemos nosotros conocer a Jesús como él nos conoce a nosotros? Oración, escucha de la Palabra, participación en la Eucaristía son buenos modos de conocer a Jesús.
Tercera afirmación que hace Jesús: “mis ovejas mi siguen”. Seguimos al buen Pastor. O sea, conformamos nuestro sentir, querer, actuar y pensar con sus palabras y con su vida. A quienes le siguen, Jesús les dice: “no perecerán para siempre”. Porque el Cordero (como dice la segunda lectura de este domingo) las conducirá a fuentes de aguas vivas y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.
Última afirmación de Jesús: nadie puede arrebatarlas de mi mano, de la mano de mi Padre, como nadie pudo arrebatarle a él de las manos del Padre, ni siquiera la muerte. Nada: las adversidades, ni las enfermedades, ni la muerte, ni los falsos pastores, ni la cultura ambiental. Nuestra esperanza, la gran esperanza cristiana es saber que nos da la mano y nos acompaña aquel que es capaz de pasar por el valle de la muerte. Nuestra fe no está blindada contra dudas y desalientos, pero nos encomendamos a las manos fuertes, bondadosas y poderosas de Jesús. ¡Que en nuestra libertad no nos soltemos nunca de esas manos!