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Migrantes y mayores
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A principios de octubre, casi en las mismas fechas (el día 5), se celebra la jornada mundial del migrante y del refugiado, y el día del mayor. Mayores y migrantes merecen toda nuestra consideración, respeto y ayuda. Cuando el ser migrante y el ser mayor coinciden en la misma persona los problemas pueden multiplicarse.
Como suele ser habitual el Papa ha escrito un mensaje para la jornada mundial del migrante, bajo el titulo: “migrantes, misioneros de esperanza”. Comienza notando que hay tres fenómenos que contribuyen a la emigración: la carrera armamentística, la crisis climática y las profundas desigualdades económicas. En efecto, nadie emigra por placer. Los que dejan sus tierras es porque allí su vida y la de su familia corren peligro, bien porque hay guerra, bien porque el ambiente natural se ha vuelto hostil, bien porque no tienen trabajo y, por tanto, no tienen pan. Los que vivimos en lugares más o menos seguros y estables no deberíamos olvidar que la tierra es de todos, porque es del Señor, y el Señor nos la ha dejado todos: “Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella”, dice el Salmo 24.
El Papa relaciona la migración con la esperanza. Porque la valentía y tenacidad de los migrantes son el testimonio heroico de una fe que les da fuerza para desafiar la muerte en las diferentes rutas migratorias contemporáneas. Porque ellos recuerdan a la Iglesia su dimensión peregrina, perpetuamente orientada a alcanzar la patria definitiva, sostenida por una esperanza que es la virtud teologal. Y porque pueden convertirse en misioneros de esperanza en los países que les acogen. No cabe duda de que, en muchos lugares, nuestras Iglesias se han revitalizado y renovado gracias a la presencia de gentes venidas de otros países. Gracias a ellos nuestras Iglesias siguen teniendo gente.
Incluso en muchas de nuestras diócesis, la pastoral sacramental es posible gracias a la presencia de presbíteros venidos de otros países, porque el clero propio de la diócesis ha envejecido y los seminaristas son escasos. Ahora bien, no es por motivos “prácticos” porque los que debemos apreciar y acoger a los migrantes, sino por motivos religiosos: ellos son nuestros hermanos y deben ser tratado como tales. Tampoco conviene olvidar que muchos de nuestros abuelos, en la primera mitad del pasado siglo XX, dejaron España y buscaron en países lejanos pan, tierra y libertad. Quizás deberíamos ver, al menos en algunos emigrantes, a nuestros propios nietos o a nuestros abuelos que vuelven a casa.
¿Y qué decir de la necesidad de cuidar a nuestros mayores? En la debilidad y en la enfermedad, en las personas que sufren, encontramos a Cristo que nos pida ayuda, sufriendo en ellas. Migrantes, personas mayores, cualquier persona necesitada es una llamada que pide una respuesta de amor, respeto, cariño y cercanía.