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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

7
Sep
2025

María al pie de la cruz gloriosa

2 comentarios
Maríapiedelacruz

El 8 de septiembre se celebra la fiesta de la Natividad de María. El 12 de septiembre se celebra la fiesta del dulce nombre de María. El 14 de septiembre se celebra la fiesta de la exaltación de la santa cruz, fiesta relacionada con la tradición que atribuye a Santa Elena, la madre del emperador Constantino, el haber encontrado en Jerusalén las primeras reliquias de la cruz en la que fue crucificado nuestro Señor Jesucristo. Me gustaría, en esta reflexión, relacionar estas tres fiestas, recordando que María estuvo presente en la pasión de su Hijo. Presente hasta el final, junto con algunas otras mujeres y el discípulo “al que Jesús amaba”, en contraste con los otros discípulos que huyeron, se escondieron o, a lo sumo, miraban agazapados desde lejos. María, las amigas de Jesús y el discípulo amado estaban allí, quizás con miedo, pero estaban. Porque la valentía no es incompatible con el miedo, sino con la cobardía.

Hablando de la madre del emperador Constantino no está de más recordar, en este año en el que celebramos el 1400 aniversario de la celebración de Concilio de Nicea, que fue convocado por el emperador. Cuando lo convocó no era cristiano, ya que fue bautizado en su lecho de muerte por un Obispo arriano, Eusebio de Nicomedia. Si convocó el Concilio no fue por intereses religiosos, sino políticos, para conseguir la paz social en su imperio. Para realizar sus designios, Dios, a veces, se sirve de lo más inesperado. Precisamente, en estos pasados días, se han celebrado en Santiago de Compostela unas Jornadas sobre el Concilio de Nicea, en las que he tenido el honor de participar, junto a buenos especialistas en historia y en teología. Tuve ocasión de visitar la tumba del apóstol Santiago y de confesar allí, en voz alta, el Credo. Pero dejo eso de lado y vuelvo a la relación entre las tres fiestas mencionadas.

En los últimos momentos de su vida en esta tierra, Jesús crucificado, mirando al discípulo amado, dice a su madre: “mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dirigiéndose al discípulo, le dice mirando a María: “ahí tienes a tu madre”. No se trata, en esta escena, de un hijo que encomienda a un amigo el cuidado de su madre. Porque ahí, María, que no es nombrada por su nombre, sino con el apelativo de “mujer”, es un símbolo de la Iglesia. Y el discípulo amado representa a todos los discípulos de Jesús, a cada uno de nosotros. Jesús encomienda al discípulo a la Iglesia. La última palabra de la cruz no es la soledad o el vacío, sino una palabra de mutua acogida, de amor y fraternidad. La Iglesia es ese lugar en el que todas y todos somos acogidos, porque nos acogemos mutuamente.

Recordar conjuntamente a María y la cruz es recordar que la fraternidad brota de la cruz. O sea, el amor no nace del egoísmo solitario, sino del encuentro mutuo, aunque, en ocasiones, este mutuo encuentro supone cargar con la cruz, o sea, cargar con las debilidades del prójimo. La cruz se convierte entonces en una cruz gloriosa. No en una cruz que hunde o mortifica, sino una cruz que eleva y santifica.

Posterior


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juan garcia
7 de septiembre de 2025 a las 16:45

Las fiestas de María, madre del redentor y madre nuestra, que celebramos el mes de septiembre (su nacimiento, su dulce nombre y la exaltación de la cruz), son una oportunidad para celebrar con alegría y devocióm la vocación sublime .de nuestra madre del cielo: la Virgen María es el modelo perfecto de lo que debe ser el cristiano. Su presencia en el momento de la muerte de su hijo amado es el testimonio de fe y esperanza en la Resurrección futura de Jesus. Y la la nueva responsabilidad de la madre y el hijo: "Ahí tienes a tu madre; ahí tienesa tu hijo".

Valero
8 de septiembre de 2025 a las 09:04

Me ha dado algo de paz escucharte decir que a veces la cruz es "cargar con las debilidades del otro" aunque en mi caso habría que decir "cargar con la fuerte depresión que padece mi esposa" y que ha veces me lleva al límite, a ese lugar en el que viendo mi pecadora fragilidad le grito silenciosamente a Dios: No puedo más, tengo los nervios rotos. Tu reflexión Martín me ayuda a recordar que la cruz puede ser gloriosa, quizá por eso y con ayuda del Señor resurgo de mis cenizas y viene en mi ayuda el versículo del salmo: "Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza siempre en mi boca". Gracias Martín

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