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Mala política afecta a personas vulnerables
2 comentariosTodas las decisiones políticas tienen repercusiones sobre los ciudadanos. Y hay repercusiones que atentan claramente contra el bien de las personas, al menos de algunas personas. Y normalmente esas personas a las que afectan negativamente las malas decisiones políticas suelen ser las más vulnerables. A los políticos, el bien de los ciudadanos no les suele importar mucho. Lo que de verdad les importa es mantenerse en el poder. Las decisiones que toman están orientadas a este mantenimiento. ¿Dónde encontrar un buen político?
El presidente de una poderosa nación ha tomado una serie de decisiones que han afectado para mal a personas vulnerables. Eso de enviar a un penal, o campo de concentración (¿o cómo hay que calificarlo?) a inmigrantes, considerándolos delincuentes, es una clara muestra de mala política y de nula compasión. Ha habido una pastora protestante que ha recibido elogios de muchas personas e instituciones cristianas y, por supuesto, católicas, porque tuvo la valentía de denunciar delante del personaje sus malas prácticas anunciadas. Quizás sus electores están de acuerdo con esas prácticas. Pero ni en este ni en muchos otros casos el criterio de la mayoría es el bueno. A veces, es el peor.
Apelar a la religión para justificar determinadas políticas no es necesariamente un error. Porque la fe en Dios es determinante de todo lo que hace un buen creyente, también de sus tomas de posición políticas. Cierto, a veces en política uno no hace lo que quiere, sino lo que puede. Y cuando se trata de elegir a un político, el criterio no es exactamente el mal menor, sino el bien posible. Pero lo menos que puede exigirse de un político es un poco de dignidad, un mínimo respeto a las personas.
Malos políticos hay en todas partes, buenos en pocas. Pero, al menos, ya que no son buenos del todo, que sean medianamente buenos y no pésimamente malos, que no envíen a jóvenes a la guerra, a pobres al basurero, y a quienes no les aplauden a la cárcel. El poder es peligroso, muy peligroso. En todos los terrenos, el eclesiástico incluido. Porque cuando se utiliza mal, puede conducir a lo peor. Uno de los males del poder es pensar más en el propio provecho o el propio prestigio que en el bien de las personas; o también pensar más en las instituciones, sobre todo en las económicas, que en las personas. Dicho con palabras de la última encíclica de Francisco: “una mentalidad dominante considera normal o racional lo que no es más que egoísmo e indiferencia”. En fin, ¡qué Dios nos coja confesados! (frase coloquial para denotar que lo que se aproxima es extremadamente grave o peligroso).