May
Los otros matrimonios mixtos
4 comentariosSe entiende por matrimonio mixto el contraído entre personas de distinta confesión cristiana (una católica y un protestante) o de distinta religión (un católico y una musulmana). Este tipo de matrimonios, sobre todo los contraídos entre personas de distinta confesión cristiana, no deberían plantear mayor problema. Se da el caso, en muchos de ellos, sobre todo si son buenos creyentes, que un cónyuge suele acompañar al otro a los oficios de su Iglesia. Pero hoy está siendo cada vez más frecuente un tipo de matrimonio “mixto” entre un cónyuge religioso y practicante o, al menos, un cónyuge que antes del matrimonio vivía su fe sin ningún conflicto personal, y otro cónyuge ateo, e incluso, anti-católico o anti-clerical. En algún caso ocurre que la parte católica, sobre todo si está muy convencida de su fe y la vive con firmeza, arrastra a la otra parte a la fe, o al menos, a que la respete. Pero lo más frecuente es que sea la parte no católica la que obligue o fuerce a la otra parte a dejar de practicar.
Cuento dos casos. El de una pareja, que viven como unión civil, porque uno de ellos no es religioso. Han tenido un hijo. La parte católica quiere bautizarlo. Tras algunas tensiones, la otra parte consiente. Segundo caso: otra pareja, que viven como unión civil (ya que uno no sólo no cree en el sacramento, sino que lo rechaza) han tenido un hijo. Y aunque la parte católica quiere bautizarlo, la otra parte se opone. Por el bien de la paz y del amor, no hay bautismo. En estos casos no valen las recetas generales y apriorísticas, porque cada caso es distinto. El matrimonio está fundamentado en el amor, no en la fe, aunque la fe es un componente que marca totalmente a una persona. Por eso, una persona creyente, convencida, que pone a Dios por delante de todo, puede decir tranquilamente a otra persona de la que se ha enamorado: Dios es lo primero y si Dios no entra en nuestra relación, yo te seguiré queriendo mucho, pero mi relación contigo tiene un límite.
Lo que ocurre es que la mayoría de los creyentes no viven su fe con esta convicción e intensidad. Y por eso, el enamoramiento hace que sea su fe la que sufra las consecuencias. No cabe responder que no hay auténtico amor. Se puede amar de verdad al que no comparte la fe. Dios les ama. ¿Por qué no voy a poder amarle yo? Antes, estas situaciones se arreglaban de otra manera, se guardaban las apariencias. Hoy la fe ha perdido apoyo y arraigo social. De ahí se derivan algunos problemas. Como cristianos, como Iglesia, debemos preguntarnos cómo acompañar a estas personas sinceramente enamoradas de una persona no religiosa. Habrá que practicar una pedagogía, hecha de paciencia y cercanía, tanto para la parte creyente como para la no creyente.