13
Abr
2007Abr
Los ojos o el modo de mirar
3 comentariosHace unos días me llamó la atención la noticia de que el mejor violinista del mundo (pido perdón a Sixto y a Antonio, de música no entiendo y no puedo dar el nombre), tocando un stradivarius en el metro de Washington no fue reconocido por ninguna de las 1070 personas que pasaron por delante, y sólo consiguió 30 dólares en calderilla. Bueno, por ninguna, no. Sólo una mujer reconoció al mejor violinista tocando el mejor violín. Se trataba de un experimento un tanto provocativo patrocinado por un periódico de la capital del Imperio.
Me parece una metáfora que llevada al mundo religioso da que pensar. Lo mejor, en un marco o circunstancias como el metro, no es reconocible. ¿Reconoceríamos a Jesucristo en un metro?, ¿o en los márgenes de nuestras grandes ciudades (mejor no dar ejemplos, porque el que me viene a la memoria puede que esté manipulado)? ¿O tendría que ser en una catedral gótica? Estamos en un tiempo en el que la excesiva importancia de la imagen nos hace olvidar que “lo esencial es invisible a los ojos”, como decía el Principito. Claro, también es posible preguntar con qué ojos miramos. Ya Jesús lamentaba que había quien “viendo no veía”.
Recuerdo el Evangelio de la Misa del pasado martes, día en que escuché la noticia del violinista: María, llorando junto al sepulcro, “ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús”. También ella necesitó cambiar la mirada, esa mirada que ve pero no sabe lo que ve. ¿No será que ella pretendía, como pretendemos a veces nosotros, ver al Resucitado, que ya no está ahí sino en el mundo de Dios, con los ojos de la tierra? Tomás de Aquino, nada sospechoso de veleidades modernistas, dijo bien claro que los apóstoles vieron a Jesús Resucitado “por la fe que tiene ojos” (dicho a lo latino que es más fino: oculata fidei).
Me parece una metáfora que llevada al mundo religioso da que pensar. Lo mejor, en un marco o circunstancias como el metro, no es reconocible. ¿Reconoceríamos a Jesucristo en un metro?, ¿o en los márgenes de nuestras grandes ciudades (mejor no dar ejemplos, porque el que me viene a la memoria puede que esté manipulado)? ¿O tendría que ser en una catedral gótica? Estamos en un tiempo en el que la excesiva importancia de la imagen nos hace olvidar que “lo esencial es invisible a los ojos”, como decía el Principito. Claro, también es posible preguntar con qué ojos miramos. Ya Jesús lamentaba que había quien “viendo no veía”.
Recuerdo el Evangelio de la Misa del pasado martes, día en que escuché la noticia del violinista: María, llorando junto al sepulcro, “ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús”. También ella necesitó cambiar la mirada, esa mirada que ve pero no sabe lo que ve. ¿No será que ella pretendía, como pretendemos a veces nosotros, ver al Resucitado, que ya no está ahí sino en el mundo de Dios, con los ojos de la tierra? Tomás de Aquino, nada sospechoso de veleidades modernistas, dijo bien claro que los apóstoles vieron a Jesús Resucitado “por la fe que tiene ojos” (dicho a lo latino que es más fino: oculata fidei).