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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

9
Mar
2012

Los mayores en la Iglesia

5 comentarios

Dios tiene planes para toda persona, independientemente de su edad. No es como estos empresarios que publican anuncios laborales, indicando: “abstenerse mayores de 40 años”. Dios llama a todas horas, como aquel propietario de la parábola, que contrataba obreros para su viña desde la primera a la última hora. Hoy, las personas mayores, si son creyentes, pueden cumplir una misión muy importante: transmitir el Evangelio, con su palabra y su ejemplo. En muchas ocasiones, son ellas quienes anuncian a los nietos la buena noticia del Evangelio y las que les dan ejemplo de vida cristiana.

Por su parte, los responsables de la Iglesia deberían prestar más atención a esas personas mayores. Concentraciones como las de la Jornada Mundial de la Juventud, no deben hacernos perder de vista que los mayores constituyen la mayor clientela de la Iglesia; a la vez son el grupo probablemente más marginado, ya que pastoralmente no se les presta mucha atención. Resulta más gratificante trabajar con jóvenes. Sin duda, hay que hacerlo, porque ellos son el futuro. Pero los mayores son el presente y el cimiento sobre el que se edifica el porvenir. Por eso hay que ofrecerles oportunidad de trabajar en la pastoral, y atenderles mediante una pastoral específica. No se trata de una pastoral de asistencia, sino de una pastoral de aportación y participación activa, si bien teniendo en cuenta cuál es la actividad que mejor pueden desempeñar en su situación.

Hay tres dimensiones importantes de lo humano que la edad va consolidando: la sabiduría, la bondad y la prudencia. Llega un momento en que uno comprende mejor la relatividad de la existencia, descubriendo donde está lo que de verdad importa. En la vejez se manifiesta la verdad más profunda del ser humano, lo que llevamos dentro y había quedado escondido bajo las múltiples caretas con las que disimulamos nuestra ansiedad. De pronto, uno descubre que importa más el amor que el dinero, que la bondad logra más que la fuerza, que dedicar tiempo a los demás y a Dios vale más que el trabajo, que en la vida hemos acumulado muchas cosas inútiles que nos ocupan, pero no nos llenan. Los ancianos son portadores de experiencia, transmisores de tradición, educadores de la fe. Si la transmisión de la fe necesita mujeres y varones dignos de crédito, en los ancianos creyentes y comprometidos los encontramos. Ellos hablan de Dios hablando de sí mismos y así la historia de los hombres se convierte en un relato de Dios.

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Oscar
9 de marzo de 2012 a las 16:11

Excelente reflexión. Muchas gracias

hogar del jubilado
11 de marzo de 2012 a las 17:17

La pregunta es si hay jóvenes en la Iglesia. En la Eucaristía`parroquial dominical esta mañana todos pasaban de los cuarenta. La mayoría ya no cumplían los sesenta.

Isabel
11 de marzo de 2012 a las 19:33

Me gusta el post y lo encuentro de mucha sabiduría.Siempre se nos ha dicho que del anciano -LA SABIDURÍA-Su experiencia se la da.Aunque el autor del post todavía no es anciano pero,la tiene adquirida por el talento que ha recibido de Dios.

Carmen
11 de marzo de 2012 a las 20:24

Lamento ser la nota discordante, pero creo sinceramente que para consolidad la sabiduría, la bondad y la prudencia, primero hay que haberla tenido. Describe una imagen de la vejez, poco menos que idílica.

No dudo que haya muchas personas así, pero para nuestra desgracia no son la mayoría. Aquellos que en su juventud han sido, lo que llamamos malas personas, no se arreglan con la edad. Ni los años garantizan “que uno comprenda mejor la relatividad de la existencia, descubriendo donde está lo que de verdad importa”
Con lo que sí estoy de acuerdo, es en que “no se les presta mucha atención”. Solo hay que hablar con algunos de ellos y verlos en las iglesias.

Winibal
12 de marzo de 2012 a las 14:45

"Resulta más gratificante trabajar con jóvenes. Sin duda, hay que hacerlo, porque ellos son el futuro."

Bueno ...es un decir. A mí, cuarentón ya, me resulta más gratificante trabajar con personas mayores que, independientemente del futuro que tengan, sí que son el presente de la Iglesia

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