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Los dioses de la tierra no me satisfacen
5 comentariosCada uno de nosotros tiene muchos dioses. O si se prefiere, muchos ídolos. Un ídolo o un dios es la pasión central del hombre, aquello por lo que estoy casi dispuesto a perder la vida y, en cualquier caso, aquello a lo que subordino todo lo demás. Para muchos, el dinero es un ídolo, porque por el dinero pierden amistades, salud, tiempo y humor. El problema de los dioses de la tierra es que nunca acaban de llenar el corazón. Sin embargo, son fáciles de identificar: poder, sexo, dinero, prestigio, honor, belleza, estómago, política. Con el Dios verdadero ocurre lo contrario: siempre se nos escapa. Por eso nos resulta difícil encontrarlo y amarlo.
Al Dios verdadero es más fácil amarlo “en negativo” que “en positivo”. De ahí que el salmo 15, después de proclamar que Dios es “mi bien”, añade, como queriendo ofrecer una explicación de lo que implica decir eso: “los dioses y señores de la tierra no me satisfacen”. Y así se explica que el primer mandamiento, “amarás a Dios sobre todas las cosas”, tuvo primero una formulación negativa: “no tendrás otros dioses fuera de mi” (cf. Deut 5,7; Ex 20,3). En positivo siempre resulta difícil, por no decir imposible, y en todo caso, siempre resulta insuficiente, decir exactamente en qué consiste amar a Dios. Pero en negativo, amar a Dios es algo muy concreto: “no tendrás otros dioses fuera de mí”. O sea, para amar a Dios hay que comenzar por desprenderse de los ídolos. Pues hay amores que son incompatibles: no podéis servir a Dios y al dinero.
Amar a Dios es, en primer lugar, saber lo que no hay que amar. Amar a Dios significa sentirse insatisfecho con lo que uno es y tiene. Lo repito: decir que Dios es “mi bien” y por eso es “mi amor” es comenzar por decir: los dioses y señores de la tierra no me satisfacen. Cuando uno está satisfecho con lo que tiene, ya no desea otra cosa. En lo que le satisface pone todo su amor. Si con lo que hay en este mundo ya nos sentimos colmados, si en este mundo encontramos una respuesta suficiente para todas nuestras preguntas, no necesitamos para nada a Dios. Pero si los dioses y señores de la tierra no me satisfacen, ni me salvan de la angustia y, por eso, no pongo en ellos mi corazón, entonces mi corazón puede abrirse a otras perspectivas que le satisfagan y está preparado para poder amar a Dios, el único que puede llenar el corazón del ser humano.