May
Los cristianos, alma del mundo
4 comentariosEn el Discurso a Diogneto, un escrito cristiano del siglo II, podemos leer: “lo que el alma es al cuerpo, eso son los cristianos en el mundo… La carne aborrece y combate el alma, sin haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian”. “Los cristianos son el alma del mundo” es una metáfora que resultaba significativa en el siglo II y que también puede serlo ahora. Con ella no se indica solamente que los cristianos tienen un destino salvífico (como pudiera deducirse de un concepto de alma “inmortal”, contrapuesto al cuerpo “mortal”). Se dice mucho más: la presencia de los cristianos es un gran bien para el mundo, aunque el mundo no sea consciente, hasta el punto de que sin ellos el mundo iría a la deriva, del mismo modo que un cuerpo sin alma pierde la vida y se corrompe.
Si tenemos en cuenta que en el siglo II los cristianos eran una minoría, reunidos en insignificantes comunidades dentro de un vasto y poderoso Imperio, sin ninguna capacidad de influencia, uno se pregunta cómo puede afirmarse de ellos que son los que sostienen al mundo, los que hacen posible la vida del mundo. ¿Se trata de una afirmación arrogante o brota más bien de una convicción de fe? Cuando en una situación de guerra, odio, terror; cuando en una sociedad insolidaria y egoísta, donde lo que cuenta es el poder del dinero, un poder sin escrúpulos que produce hambre y miseria; en situaciones así, ¿quién hace posible la vida, dónde encontrar ese aliento que resiste a toda destrucción? ¿No se busca en aquellas poquísimas personas que hacen el bien discretamente, que ayudan a los necesitados aún a riesgo de su vida, que van a contracorriente? Sí, ellos son el alma de un mundo que odia el alma, ellos sostienen una sociedad que nunca será consciente de ello y que, por tanto, nunca lo agradecerá.
¿Somos conscientes del poder de la oración, de la fuerza del amor, de hasta dónde llega el trozo de pan que damos a un hambriento o la sonrisa que regalamos a un desesperado? ¿No hay en todos estos gestos algo que los sobrepasa? Sí, el pequeño rebaño de Cristo puede parecer frágil (cf. Lc 12,32), pero si vive con ilusión, coherencia, grandeza de espíritu, se convierte en el alma del mundo. Gracias a la bondad, mucho más poderosa que el pecado, gracias al bien mucho más influyente que el mal, hay esperanza para el mundo.