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Lo difícil de oír a Dios
2 comentariosPara la Sagrada Escritura Dios no es una evidencia. El Dios del que habla la Biblia es un Dios oculto, al que nadie ha visto jamás, pues “habita en una luz inaccesible, que no ha visto ni puede ver ningún ser humano” (1 Tm 6,16). Para cubrir la distancia que le separa de nosotros, cuando Dios quiere darse a conocer lo hace a través de mediaciones. Para los cristianos, el mediador por excelencia es el hombre Jesús. Pero todas las mediaciones, por ser humanas, son susceptibles de diversas interpretaciones. En el pobre es posible ver sólo al pobre. También es posible ver la presencia de Dios en él. En el hombre Jesús es posible ver sólo a un hombre, incluso a un impostor. Si no hubiera sido así, nunca le hubieran crucificado.
Quién no cree en Dios no actúa de mala fe. Ocurre que en las mediaciones sólo ve realidades mundanas. El creyente ve esas mismas realidades, pero interpreta que en ellas se manifiesta algo oculto, invisible. Por ser invisible y oculto, el no creyente puede acusar al creyente de hacerse ilusiones. La fe siempre es oscura. Nunca es fácil creer. Los creyentes hacemos profesión de oscuridad. Esta oscuridad de la fe es la que nos permite comprender la postura atea. La posibilidad del ateísmo es condición de la seriedad de la fe. Si el ateísmo no fuera posible, la fe tampoco lo sería. Si el ateísmo no fuera posible, la fe desaparecería al convertirse en una evidencia que se impondría por si misma, con lo que también desaparecería la libertad del ser humano al creer.
De ahí que los creyentes tenemos mucho interés en escuchar la “interpretación atea” de la realidad. Porque nos interesa afinar y no ver visiones. Hay mucho visionario entre los que se consideran creyentes. De ahí al fanatismo no hay más que un paso. La incapacidad de comprender al ateo es un peligro para la fe, pues conduce a la intransigencia. No comprender al ateo es no comprender el verdadero sentido del silencio de Dios. Es, en suma, incapacidad de comprender al Dios que en Jesús se revela.