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Llega el rey de los pobres
5 comentariosLa Semana Santa comienza con la conmemoración de la entrada de Jesús en Jerusalén, montado sobre un borrico y aclamado por la gente. ¿Qué clase de gente es la que le aclama? ¿Los mismos que unos días después pedirán su crucifixión? De ninguna manera. Me ha gustado la clarificación que al respeto hace el Papa en la segunda parte de su obra sobre Jesús. Los que aclaman a Jesús en la periferia de Jerusalén son los peregrinos que le han acompañado en su viaje hacia la ciudad santa. Así se comprende que los habitantes de Jerusalén se sorprendan del alboroto y se pregunten qué es lo que está pasando.
Más interesante todavía es la lectura teológica que el Papa hace de esta entrada de Jesús a lomos de un borrico que nadie antes había montado y que los discípulos toman prestado. Estos detalles pueden parecer insignificantes para los lectores de hoy, pero en el contexto de los evangelios resultan sumamente significativos. En ellos está presente el tema de la realeza del Mesías, heredero del trono de David, y sus promesas. Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad. El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie había montado remite también a un derecho real. Y sobre todo se hace alusión a unas palabras del Antiguo Testamento que confieren al episodio un sentido profundo: “tu rey viene a ti humilde, montado en un asno” (Mt 21,5). El caballo es expresión del poder de los poderosos; el burro es el animal de los pobres. El que viene es el rey de la paz, el rey de los pobres. Jesús no apoya su realeza en la violencia. Su poder es de un carácter diferente: reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que él considera el único poder salvador.
Los discípulos echaron mantos encima del borrico y la ayudaron a montar. También esto tiene un sentido de entronización real. Los peregrinos que han venido con Jesús se dejan contagiar por el entusiasmo y alfombran el camino con sus mantos, gritando: “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor”. Estas palabras del salmo 118, que pertenecían a la liturgia de Israel para los peregrinos, las ha conservado la Iglesia en su liturgia. El Domingo de Ramos no es una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la ciudad santa a lomos de un asno, así la Iglesia lo ve llegar siempre nuevamente en cada eucaristía, bajo la humilde apariencia del pan y del vino.