11
Feb
2007Feb
La paz de Dios y otras paces
8 comentariosLa anécdota es cierta y reciente. En la ciudad de Barcelona una madre asiste a la Eucaristía con su hijo de ocho años. Llega el momento del rito de la paz, la madre se vuelve hacia su hijo y le da la mano como se acostumbra a hacer en la parroquia. La madre dice al hijo: “La paz”. Ante su sorpresa el niño responde: “¿la paz? ¿qué paz?”. La madre repite: “la paz”. Y el niño: “La paz no, la paz de Dios, porque los hombres después de hacer las paces no hacen más que pelearse”.
Los niños retratan a los mayores, que nos llenamos la boca con palabras a las que no damos contenido verdadero y no digamos contenido evangélico. Porque, en eso de la búsqueda de la paz, al menos en este país nuestro, cada vez está más claro que ni siquiera en el dolor y la pena somos capaces de ponernos de acuerdo. El espectáculo que ofrecen los políticos resulta descorazonador. Se diría que en vez de buscar la paz, la paz al menos entre ellos, lo que buscan es conservar o conseguir el poder. Si el enemistarse sirve para este objetivo, pues adelante con la enemistad. Y ¿qué decir de las relaciones personales tantas veces marcadas por el egoísmo? Eso de amarás a tú prójimo como a ti mismo es una piadosa exhortación que muy pocos se creen. Nótese bien: no dice amarás a tú prójimo como él te ama a ti, sino como tú te amas a ti mismo.
Ahora que lo tenemos aparcado a mi me gusta citar al Vaticano II: “La paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer… Es fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo”. Fruto del amor: el que odia no puede tener paz; sobrepasa la justicia: brota de la gratuidad; es un perpetuo quehacer: requiere mucha paciencia. No, no es fácil la paz. Pero es posible. Leo hoy en un reportaje de prensa que la viuda de un militar asesinado por la banda terrorista ha cuidado durante el último año y medio de la madre de uno de esos terroristas, logrando así que el odio no fuera la continuación de las pistolas.
Los niños retratan a los mayores, que nos llenamos la boca con palabras a las que no damos contenido verdadero y no digamos contenido evangélico. Porque, en eso de la búsqueda de la paz, al menos en este país nuestro, cada vez está más claro que ni siquiera en el dolor y la pena somos capaces de ponernos de acuerdo. El espectáculo que ofrecen los políticos resulta descorazonador. Se diría que en vez de buscar la paz, la paz al menos entre ellos, lo que buscan es conservar o conseguir el poder. Si el enemistarse sirve para este objetivo, pues adelante con la enemistad. Y ¿qué decir de las relaciones personales tantas veces marcadas por el egoísmo? Eso de amarás a tú prójimo como a ti mismo es una piadosa exhortación que muy pocos se creen. Nótese bien: no dice amarás a tú prójimo como él te ama a ti, sino como tú te amas a ti mismo.
Ahora que lo tenemos aparcado a mi me gusta citar al Vaticano II: “La paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer… Es fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo”. Fruto del amor: el que odia no puede tener paz; sobrepasa la justicia: brota de la gratuidad; es un perpetuo quehacer: requiere mucha paciencia. No, no es fácil la paz. Pero es posible. Leo hoy en un reportaje de prensa que la viuda de un militar asesinado por la banda terrorista ha cuidado durante el último año y medio de la madre de uno de esos terroristas, logrando así que el odio no fuera la continuación de las pistolas.