May
La nueva familia de María
5 comentariosYa que estamos en un mes tradicionalmente dedicado a honrar a la Virgen María, puede resultar oportuno ofrecer una reflexión significativa para los creyentes de hoy, que vaya más allá de las exclamaciones y efusiones habituales, o de alabanzas superficiales. Ya el Concilio Vaticano II se refirió a María como “peregrina de la fe”, o sea, como aquella que encuentra su mejor sitio en el seguimiento de Cristo. Y por eso a ella se aplica la bienaventuranza de la fe: felices, sí, verdaderamente felices los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan, como ella lo hacía fielmente. Todo lo demás, comparado con esto, es secundario. Por este motivo Jesús corrige el elogio que una mujer quiere hacerle piropeando a su madre, como todavía hacemos nosotros al decir “viva la madre que te parió”. Jesús replica: no se trata de los pechos que me amamantaron ni del vientre que me llevó, sino de acoger la Palabra de Dios. Y ahí, en la acogida de la Palabra, todos tenemos las mismas oportunidades.
Es interesante notar que Benedicto XVI, cuando habla de María, se sitúa en esta línea. De modo que, contemplando su vida, totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. Pues todo cristiano que cree concibe, en cierto sentido, y engendra al Verbo de Dios en sí mismo. Pero como la entrada en el misterio de la fe no es algo automático, sino que requiere un cambio, una conversión, también María está llamada a convertirse, a dejar a un lado los lazos de la carne para poder así entrar en la nueva familia que el Hijo ha venido a fundar, una familia fundamentada, no en los vínculos de sangre, sino en la fe y el amor fraterno. Así se explica que María, cuando comenzó la actividad pública de Jesús, debió quedarse a un lado para que creciera la nueva familia que El había venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de los que hubieran escuchado y cumplido su palabra (cf. Lc 11,27 s.). Tras la resurrección de Cristo ella se unió de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe.
María no es la que sabe o comprende, sino la que se fía. La fe es la cuestión fundamental tanto de la vida de María como de la de todos los seguidores de Jesús: ¿me fío o no me fío de Dios? Hasta el punto de que sólo así puede cumplirse la última bienaventuranza de Jesús: “dichosos los que creen, sin haber visto”.