Abr
La Iglesia está de luto
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Tras doce años de un intenso pontificado, que no ha dejado a nadie indiferente, ha fallecido Francisco. Es un buen momento para dar gracias a Dios por este Papa, que ha abierto puertas y caminos que, sin duda, marcarán la vida de la Iglesia en los próximos años. Hay puertas que, una vez abiertas, es difícil cerrar. Y caminos que indican una dirección que quizás el Papa fallecido no ha podido recorrer como hubiera deseado, pero que están ahí invitando a otros a recorrerlos.
Todos los Papas han tenido sus admiradores y sus críticos. Puesto que el presente nos marca más que el pasado, pudiera parecer que tanto los admiradores como los críticos de Francisco han hecho más ruido que los de los Papas anteriores. No creo que sea así. Ocurre que hoy, con las redes sociales, las noticias, a veces falsas, se difunden muy rápido y con mucho griterío. Juan XXIII también fue, a la vez, admirado y criticado. Se le calificó como el “Papa bueno”, pero también se dijo que se necesitarían, al menos, cien años, para arreglar el estropicio que había supuesto el Concilio Vaticano II.
Francisco ha sido un buen continuador de ese concilio, consciente de que ya no estamos en los años 60 del siglo pasado, sino en nuevos tiempos, con nuevos problemas, o con los problemas de siempre agudizados: inmigración, pobreza, desigualdades, guerra. El Papa tomó partido desde el primer momento, recordando que el evangelio es buena noticia para todos, pero que los pobres son sus destinatarios privilegiados y que, al atenderles a ellos, estamos atendiendo a Cristo mismo.
Dos palabras podrían caracterizar a este pontificado: encuentro y misericordia. Encuentro con Dios, por supuesto, y encuentro con cada ser humano, que es sacramento de Dios, en su concreta realidad de dificultad. Encuentro sobre todo con los alejados, para dejarles muy claro que las puertas de la Iglesia están abiertas para ellos. Esto supone acogida, hospitalidad, escucha atenta. Y abrazar a las personas con misericordia. Misericordia que también hay que aplicar a la hora de administrar los sacramentos, el de la reconciliación por supuesto. Pero también los otros sacramentos: porque la iglesia, como dijo el Papa, no es una aduana de control, sino una casa de puertas abiertas.
¿Quedan cosas por hacer? Naturalmente. Pero este Papa ha logrado una cosa: abrir caminos de diálogo, abrir puertas para que se pueda escuchar a todos. Hoy se puede hablar con normalidad de una serie de temas que antes parecían tabú: papel de la mujer en la Iglesia y su presencia en puestos de gobierno, necesidad de superar el clericalismo, ministerios laicales, buscar soluciones realistas ante la falta de sacerdotes, acoger a aquellas y aquellos que se sienten excluidos y no comprendidos por su situación humana o familiar, necesidad de una curia vaticana en la que lo decisivo sea el servicio. Seguramente muchas cuestiones que hoy están en el candelero necesitan madurar todavía y hacer sus pruebas. Sigue siendo importante que nos escuchemos unos a otros, que podamos hablar sin necesidad de descalificarnos. La sinodalidad es lo propio de la Iglesia. Posiblemente el gran testamento de Francisco haya sido el Sínodo de la sinodalidad.