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La Iglesia, esa pista de carreras
9 comentariosBenedicto XVI ha criticado, en diferentes ocasiones, el carrerismo en la Iglesia, ese deseo de medrar, de subir, de alcanzar puestos más altos, de ascender en la jerarquía. Evidentemente si no hubiera puestos altos que ocupar, el carrerismo quedaría sin objeto. Si suprimimos los altos puestos, desaparecerá el carrerismo.
Me cuentan, me dan nombres de eclesiásticos que hacen, organizan, llaman, con el único objeto de escalar puestos. Y me cuentan, me dan nombres de otros que lamentan que su tiempo “haya pasado”, que ya sea tarde para ellos. En esta carrera, los que más se afanan son los que ocupan puestos intermedios. Una vez que se ha llegado al primer puesto, o sea, al final de la carrera, resulta fácil criticar el carrerismo de los demás. Las ambiciones se colman, pero también se acaban, cuando se llega a lo más alto.
Me dicen que está muy bien eso de “seleccionar con cuidado” a los seminaristas, tal como repite Benedicto XVI. A condición de que la selección no tenga efectos inesperados, como ocurriría si otros seminarios acogiesen a los no seleccionados y, de este modo, presentasen en Roma cifras. Cifras para aparentar que tienen muchas vocaciones y, por tanto, que se merecen un puesto más alto en el escalafón jerárquico, dado lo bien que lo hacen.
Me cuentan, me dan nombres de teólogos que están vetados, y por eso nunca les llaman para dar charlas a profesores de religión, o para intervenir en lugares controlados por los carreristas. Son teólogos nada revolucionarios, pero tienen la rara virtud de pensar. Los carreristas llaman a los mediocres para que instruyan a sus controlados.
Tanta carrera desaparecería si la Iglesia dejase de ser una pista de carreras y se convirtiera en un comedor, con la mesa preparada para todos, en la que todos tienen la palabra y todos se escuchan. Iglesia comunión, Iglesia fraterna, Iglesia en la que uno deja de pensar en su carrera para pensar en servir a los demás.