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Nov
2007Nov
La entrega de cada día
4 comentarios¿Sabían ustedes de la existencia del ácido fénico? Se trata de un compuesto químico capaz de provocar llagas que, según el historiador Sergio Luzzatto utilizó, al menos en una ocasión, el famoso padre Pío de Pietrelcina. Eso de los estigmas a mi no me impresiona demasiado. Se conocen casos de devotos musulmanes en cuyos cuerpos han aparecido señales de las heridas sufridas en el campo de batalla por el profeta Mahoma. El estigma en cuanto tal no significa nada. Los acontecimientos extraordinarios, en el terreno religioso, siempre son ambiguos. Incluidos los milagros. Ya el evangelista Mateo pone en boca de Jesús unas duras palabras, declarando agentes de iniquidad a “muchos que hicieron milagros en su nombre” (Mt 7,22-23).
Lo que resulta valioso no es lo espectacular. Me parece que todavía hay cristianos que de forma un poco precipitada ven la presencia de Dios en lo llamativo, lo extraño o lo que se sale de lo normal. Lo que vale es la entrega y el dolor de cada día, o sea, la constancia, el trabajo callado, oculto, silencioso, que no sale en los papeles pero que Dios, que ve en lo escondido, recompensará. Ser héroe por un día, y más cuando no queda más remedio, no debe ser fácil, pero importa más el testimonio diario. Dar espectáculo religioso es humanamente gratificante. Lo difícil y meritorio es mantener la fe y ser coherente cada día. Con alegría y buen humor. Los que viven de lo espectacular a veces tienen dificultades para crear buen ambiente comunitario y comprender pacientemente a los hermanos. La verdadera santidad no está ni en proclamar los ardientes deseos de que le maten a uno (el martirio es un don, no una búsqueda humana), ni en el espectáculo, ni en los milagros, ni en los aplausos masivos, a veces perfectamente orquestados y preparados, ni mucho menos en el boato y las pompas, sino en el amor que no hace ruido y del que sólo se enteran quienes tienen que enterarse. No hace falta que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha.
Lo que resulta valioso no es lo espectacular. Me parece que todavía hay cristianos que de forma un poco precipitada ven la presencia de Dios en lo llamativo, lo extraño o lo que se sale de lo normal. Lo que vale es la entrega y el dolor de cada día, o sea, la constancia, el trabajo callado, oculto, silencioso, que no sale en los papeles pero que Dios, que ve en lo escondido, recompensará. Ser héroe por un día, y más cuando no queda más remedio, no debe ser fácil, pero importa más el testimonio diario. Dar espectáculo religioso es humanamente gratificante. Lo difícil y meritorio es mantener la fe y ser coherente cada día. Con alegría y buen humor. Los que viven de lo espectacular a veces tienen dificultades para crear buen ambiente comunitario y comprender pacientemente a los hermanos. La verdadera santidad no está ni en proclamar los ardientes deseos de que le maten a uno (el martirio es un don, no una búsqueda humana), ni en el espectáculo, ni en los milagros, ni en los aplausos masivos, a veces perfectamente orquestados y preparados, ni mucho menos en el boato y las pompas, sino en el amor que no hace ruido y del que sólo se enteran quienes tienen que enterarse. No hace falta que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha.