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La curia vaticana da que hablar
5 comentariosÚltimamente está apareciendo un goteo de filtraciones desde y sobre la Curia vaticana, unas más creíbles que otras, aunque todas apuntan a lo mismo: maniobras, ambiciones, ánsias de poder. Lo más desagradable es que tales luchas por el poder tienen como trasfondo la suposición de que, por un motivo o por otro, al Papa actual le queda poco tiempo. Estas noticias, sean bulos, suposiciones, deducciones, filtraciones o informaciones serias, hacen daño a los de dentro y escandalizan a los de fuera. Sin duda, un poco de prudencia y de recato vendrían muy bien. Pero lo mejor sería que no hubiera motivos para el recato. En la Iglesia, en sus instituciones y en sus miembros, todo debería ser reflejo de Cristo y, por tanto, la transparencia tendría que ser deseada, querida y buscada. Al imponer el birrete a los nuevos cardenales el Papa les dijo: “renuncien al estilo mundano del poder y la gloria”; y también: “sirvan a la Iglesia con transparencia”. En este sentido viene bien recordar que, casi en cada página del Evangelio, Jesús nos advierte contra las dos amenazas más serias que se oponen al reino de Dios: el afán de dinero y la ambición de poder.
San Pablo decía a los cristianos de sus comunidades: “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”. Ante la pregunta de cómo ser un buen discípulo de Cristo, todo cristiano debería responder: “haz como yo”. Sí, eso es lo que decía San Pablo: “Sed imitadores míos”, porque al ser yo imitador de Cristo, en mi vida se refleja de forma concreta lo que es un cristiano. Si no puedo decir: “haz como yo”, es que tengo que revisar seriamente mi vida cristiana y mi compromiso con el Evangelio. Solo si empezamos por convertirnos nosotros, por vivir evangélicamente nosotros, podremos ser una invitación para los demás. Y los que tienen más visibilidad eclesial deberían ser los primeros convertidos. No resulta alentador leer que el periódico de la Santa Sede se refiere al Papa como “un pastor rodeado de lobos”. Como creyente manifiesto mi extrañeza ante situaciones eclesiales poco edificantes, aunque estoy convencido de que el primero que necesita convertirse soy yo. Efectivamente, si el desacuerdo con el escándalo ajeno no se traduce en una llamada a mi propia conversión, es un falso escándalo.