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La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II
8 comentariosLa Misa de beatificación de Juan Pablo II ha comenzado con esta advertencia dicha en varios idiomas: “para crear el necesario clima de plegaria, se ruega se abstengan a partir de ese momento, de aplaudir y de agitar las banderas”. Aviso significativo, que sin duda pretendía evitar que la homilía fuera interrumpida con estrepitosos aplausos cada vez que el Papa nombraba a su predecesor. La advertencia no ha apagado del todo los aplausos, pero ha logrado que fueran bastante discretos. Los ha iniciado, al comienzo mismo de la homilía, el Cardenal Sodano, uno de los más estrechos colaboradores de Juan Pablo II. Por las imágenes de televisión parecía que se ha quedado con ganas de aplaudir más. En el banquillo de los Cardenales, encabezado por Sodano, faltaba el Cardenal de Valencia, Agustín García-Gascó. Se había desplazado a Roma para la ceremonia. Desgraciadamente ha fallecido mientras dormía, al parecer de un ataque cardíaco. Es la nota triste de la jornada. García Gascó fue un Pastor muy mediático y, aunque sus decisiones no gustaron a todos, en las distancias cortas era una persona amable y cariñosa, siempre y cuando no se tratasen asuntos que le contrariaban.
La homilía de Benedicto XVI ha sido un canto a la bienaventuranza de la fe, esa bienaventuranza con la que acaba el cuarto evangelio: “Felices los que crean sin haber visto”. La misma bienaventuranza que el tercer evangelio aplica a María: “Dichosa tú porque has creído”. Es una bienaventuranza en la que podemos y debemos sentirnos reconocidos todos los cristianos. Esta es “la bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy”, ha dicho Benedicto XVI. La fe, añade la segunda lectura de la Misa de hoy, produce una gran alegría en quienes la viven, “un gozo inefable y transfigurado”. Al final, en la vida de un cristiano, eso es lo importante y eso es lo que queda. Y es, sobre todo, lo que el Señor valora. Por eso, es de agradecer que, incluso en un día que se prestaba a cantar las glorias de Juan Pablo II, Benedicto XVI haya sido discreto con su vida y se haya dedicado a orientarnos hacia lo esencial, hacia aquello en lo que todos podemos coincidir, hacia lo verdaderamente salvífico: la bienaventuranza de la fe.