Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

29
Ago
2013

La alegría de la mesa compartida

5 comentarios

Según cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, la primera comunidad cristiana gozaba de la simpatía de todo el pueblo. ¿Qué es lo que hacíaque la gente les mirase con tan buenos ojos? Entre otras cosas la alegría con la que vivían. Esta alegría se manifestaba, fundamentalmente, en el momento en el que compartían el pan, el que alimenta la vida temporal y el que alimenta la vida espiritual. En la primera comunidad cristiana todos los creyentes estaban de acuerdo y compartían lo que tenían, de modo que nadie pasaba necesidad. Este compartir tenía dos momentos muy significativos y relacionados: la celebración de la Eucaristía y la comida en común. Compartían el pan del cuerpo y el pan del espíritu. Su vida se organizaba en torno a una mesa. En esta mesa se realiza la unión de los creyentes con Cristo, por la eucaristía, y la unión de los hermanos entre ellos, por el pan partido, repartido y compartido. En una mesa así se anticipa la alegría del Reino de los cielos.

La mesa compartida era uno de los temas recurrentes de las parábolas de Jesús. El reino de los cielos se parece a un banquete, a una mesa en la que hay comida buena y abundante para todos, donde todos se sienten alegres y solidarios, donde la risa se contagia, donde nadie se siente solo. Estas parábolas no remitían a un mundo futuro, sino al mundo presente, a otra manera de organizar este mundo. Si el reino de los cielos se parece a un banquete, en el que hay sitio para todos, sólo si en este mundo organizamos banquetes así comprenderemos lo que es el Reino. Más aún, lo anticiparemos. Si no organizamos comidas de este tipo, no entenderemos nada del Reino, no anticiparemos nada, ni tendremos futuro alguno.

A este respecto hay una palabra dicha por uno de los que estaban presentes en las comidas a las que asistía Jesús. Dirigiéndose al que le había invitado, le dijo: “Cuando des un banquete llama a los pobres, a los lisiados, a los ciegos. Y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos”. Al oír esto uno de los comensales le dijo: “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!” (Lc 14,15). ¡Significativa reacción! Si esto puede ocurrir ya en este mundo, si en este mundo puede haber mesas así, en las que se sienten los pobres, desamparados y necesitados, una mesa repleta de manjares para los desgraciados de la tierra, ¡cómo será la mesa del Reino de los cielos! Ahora bien, si no podemos enseñar aquí mesas así, no tendremos ningún elemento con el que compara el Reino y, por tanto, no tendremos modo de hacerlo comprender ni desear.

Posterior Anterior


Hay 5 comentarios, comparte el tuyo

En caso de duda, puede consultar las normas sobre comentarios.

Aviso: los comentarios no se publican en el momento. Para evitar abusos, los comentarios sólo son publicados cuando lo autorizan los administradores. Por este motivo, tu comentario puede tardar algún tiempo en aparecer.

Cancelar repuesta


Antonio Maqueda
30 de agosto de 2013 a las 18:04

Dos momentos tristes para la historia de la Iglesia y de la liturgia y, claro está, de la teología y la vida: El primero, cuando la celebración eucarística se desvinculó de la cena compartida. Cierto que era causa de problemas, ahí está la reprimenda de Pablo a la comunidad de Corinto, pero al suprimir la cena se perdió el sentido de solidaridad inherente a la Eucaristía y, por tanto, a la Iglesia; la Eucaristía ya no era la mesa compartida, símbolo y anticipo del banquete de bodas del Reino. El banquete eucarístico quedó reducido a un aperitivo y no muy bueno. El segundo, la invención de las formas individuales, esas obleas particulares. Estaba el problema de las migas, de las partículas. En el colmo del escrúpulo, cierto presbítero (callo su nombre por cortesía) inventó una especie de movimiento eclesial cuyo carisma era precisamente vigilar que no quedaran partículas ni en los corporales ni en los manteles. Pero la solución "práctica" de las formas individuales elimina casi por completo el símbolo de la comunión: comulgamos el mismo pan partido, el Cuerpo de Cristo. La Eucaristía comenzó llamándose la fracción del pan, lo que nos da idea de la importancia del gesto, el Cuerpo de Cristo compartido más que repartido (hay diferencia) es el nexo de unión de la Iglesia. Pues el gesto ahora pasa casi desapercibido porque no hay pan que partir. Cuando era un solo pan y había que partirlo en pedazos para todos, el gesto duraba más, pero tenía sentido.
Ahora, no hay gesto de comunión (para muchos, la misa es una devoción particular más), y mucho menos símbolo de solidaridad. De hecho, cuando en un grupo o en una parroquia celebramos algo, tenemos la misa y, después, como un añadido, el ágape compartido, lo que nos dice que el símbolo sigue siendo válido, lo que falta es integrarlo en la liturgia. Al final, la liturgia más que celebración de la vida de la comunidad, es signo de la falta de vida que celebrar en la comunidad. Urge revisar nuestras celebraciones y urge revisar nuestras comunidades.

Antonio Saavedra
31 de agosto de 2013 a las 01:19

Gracias a ambos, Martín Gelabert y Antonio Maqueda, por sus reflexiones con las que coincido plenamente.
Recuperar las prácticas originales me parece prácticamente imposible, aunque me gustaría equivocarme. Hoy las circunstancias son muy diferentes, al pasar de una sociedad rural a otra urbana, viviendo en bloques de muchos pisos, con normas higiénicas más estrictas, etc. De hecho lo más parecido que conozco fueron las misas domésticas, mientras se permitieron tras el Vaticano II; éramos amigos y conocidos, miembros de movimientos eclesiales, ... pero sin pobres. Se podrían haber depurado, pero se prefirió prohibirlas porque, y suena a excusa, los que asistieran a ellas no irían más a un templo; habría bastado con permitirlas en días laborables.
Como soñar es necesario me pregunto si se podrían celebrar ágapes eucarísticos en alguna parroquia actual; fórmulas habría.

en círculo fraterno
31 de agosto de 2013 a las 13:59

..y despues de preparar entre todos el ágape en la cocina, ellas tambien se sentaron en círculo alrededor del Maestro para participar del pan partido, repartido y compartido. Con el Maestro, se rompe la costumbre de que las mujeres permanecen marginadas en la cocina preparando las viandas, mientras los varones " hablan de cosas importantes ". Todos en círculo fraterno.

Como la Eucaristía, hoy en día, tambien hay utopías que no debemos dejar de soñar. Aunque sea en la parusía.

La celebraciones neocatecumenales quizá se acercan a esas mísas domésticas "aceptadas" por el poder eclesiástico.

Gracias M.Gelabert por intentar contentar a todos,con difíciles equilibrios en cuerdas flojas varias.

Felicidades a la comunidad judía, y judeocristiana, en la próxima celebración de Rosh Hashanah, Año Nuevo. Shana Tová

Juan
31 de agosto de 2013 a las 18:19

No hace mucho, un sacerdote diocesano vino a mi casa, invitado por un grupo de oración, a participar en una cena fraterna y eucarística (no sé si canónicamente legal o ilegal, y desde aquel momento la mesa del comedor es el altar simbólico de casa).
Sobre todo en las comunidades religiosas pequeñas sería alentador el reunirse por la noche, después de una labor apostólica, a compartir las alegrías y penas del día, junto con el pan y el vino y el pescado o la carne, y el Maestro quedaría lo más contento. Creo que los religiosos y religiosas tenéis la última palabra. Gracias fray Martín y comentaristas.

luz de esperanza
1 de septiembre de 2013 a las 13:02


nos sobran ayer-es

lo que necesitamos es un mañana

Mahmoud Danwish
poeta palestino

y está escrito en el Libro
que no debemos temer

y está escrito que
tambien nosotros cambiaremos

Yehuda Amichai
poeta hebreo

a Fr. Martín Gelabert Ballester

luz de esperanza

Logo dominicos dominicos