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Jesús, manso y humilde de corazón
4 comentariosJesús, tras declarar solemnemente su condición de “Hijo”, formula esta invitación a todos los cansados y agobiados: “venid a mi”. Ir a Jesús es acercarse a él, no contemplarlo desde lejos. ¿Cuál es el motivo para ir a él si estamos cansados? Porque en él encontraremos descanso. Para ello hay que aprender de él, que es “manso y humilde de corazón”. En este mundo, los cansados y agobiados solemos ponernos nerviosos y perder la paciencia. Al lado de Jesús aprendemos otra forma de vivir y de reaccionar ante las contrariedades de la vida. Y aprendemos porque al estar cerca de él, y viendo su mansedumbre y su humildad, podemos hacer nuestras estas dos actitudes, que ya Jesús había proclamado en su mensaje de las bienaventuranzas: bienaventurados los pobres, los humildes movidos por el Espíritu Santo, y bienaventurados los mansos, porque de ellos es el Reino de los cielos, la tierra prometida.
Esta mansedumbre y humildad Jesús la refleja en su corazón, o sea, en lo más auténtico y profundo de su vida. Corazón aquí no tiene nada que ver con sentimentalismo, sino con la totalidad del ser, con lo más hondo de la humanidad, con ese lugar donde se albergan los mejores sentimientos y deseos: mansedumbre, nada de agresividad, ni impulsos violentos; humildad, nada de ostentación, orgullo o envidia. Estas actitudes permiten que la gente se acerque a Jesús y que Jesús tenga compasión de ella. Cuando nos acercamos a Jesús, de una u otra manera, oímos una voz dulce que nos dice: “me interesas”, “tomo en mi corazón tu vida”. Y al mismo tiempo nos invita a interesarnos por los demás, a llevar las cargas los unos de los otros. La misma voz que nos dice: “me interesas”, añade: “cuida de los demás”. En esta línea, el Papa Francisco relacionó la solemnidad del “Corpus” con la solemnidad del “Corazón de Jesús”, sugiriendo así que la Eucaristía/Cuerpo del Señor, no es otra cosa que el mismo Corazón de Jesús, de Aquel que, con todo su “corazón”, cuida de nosotros y quiere morar en nosotros.
El Antiguo Testamento dijo que Moisés era “el hombre más humilde que había sobre la faz de la tierra” (Num 12,3). Pues bien, Jesús es el nuevo y definitivo Moisés que conduce a los hombres a la verdadera tierra prometida, que es el seno del Padre, pero él, a diferencia de Moisés, conoce plenamente al Padre (Mt 11,27). Entrando en comunión con Jesús, aprendemos a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas que él encarna. Y al hacer propias la mansedumbre y humildad de Jesús entramos en comunión con el Padre. Aprendiendo de Jesús, manso y humilde de corazón, hallaremos descanso para nuestras almas (Mt 11,29).