Ene
Jesús dando la comunión
7 comentariosEn una de las sacristías que hay en los pueblos y ciudades de España me encontré con un retablo en el que se representaba la Cena de despedida de Jesús con sus discípulos. Ante mi sorpresa, el artista, por llamarle de algún modo, porque hay licencias que más que arte denotan ignorancia, representaba a los discípulos de Jesús sentados alrededor de una mesa. En uno de los lados de la mesa estaba solo Jesús y desde su lugar central y presidencial repartía el pan metiéndolo en la boca de sus discípulos, en forma de hostia redonda, que asemejaba las actuales. La imaginación del pintor, por llamarlo de algún modo, era realmente pobre. Se le podría haber ocurrido poner a Jesús frente a la mesa, de espaldas a los que estaban cenando con él, y hablándoles en un idioma que no entendían, como era entonces el caso del hebreo.
La celebración actual de la Eucaristía quiere ser y es una “copia” del “modelo” original de la Cena de Jesús. Sin embargo, es obvio que las coincidencias entre nuestro modo de celebrar y aquella Cena son mínimas. Eso nos debería hacer pensar en la libertad con la que la Iglesia ha procedido en la configuración del rito eucarístico. Y debería animarnos a buscar nuevas formas litúrgicas, atentas a la sensibilidad de cada época, que hagan transparente, comprensible y eficaz un simbolismo tan rico y fecundo. Un ejemplo son las mismas especies del pan y del vino en culturas en las que son desconocidos o no constituyen alimentos básicos. Algunos se preguntan qué impediría que la Iglesia autorizase a tomar como especies aquellos productos básicos que en cada cultura ayudan a ver a Cristo como alimento fundamental de la Vida. Eso dejando aparte que la identidad de nuestro pan y vino con los de los tiempos de Jesús es muy relativa. Basta recordar que el capítulo sexto del cuarto evangelio, capítulo eminentemente eucarístico, nota expresamente que el pan repartido no era de trigo, sino de cebada, o sea, el pan de los pobres.