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Jesús, condenado por la religión
6 comentariosLa ley, en tiempo de Jesús, no permitía tocar a los leprosos. Posiblemente una ley así tenía una intención sanitaria, pretendía evitar el contagio. Sería como si hoy se nos pidieran precauciones frente al sida o frente a algunas enfermedades contagiosas. Las precauciones son buenas, pero no pueden utilizarse para discriminar a las personas. Ni tampoco para acusarlas de supuestos o reales pecados que serían la causa de su enfermedad. Jesús, lejos de discriminar a los leprosos, se acercaba a ellos, los tocaba, les ayudaba a recuperar su dignidad y les curaba. También hoy, un cristiano debe mostrar misericordia, comprensión y compasión con personas marginadas o mal vistas, que han contraído enfermedades de transmisión sexual, por ejemplo. Ese sería el equivalente de lo que entonces hacía Jesús.
Lo que seguramente más irritó a los defensores de la ley y de la religión fue la cercanía de Jesús a los pecadores, el que comiera con ellos, pues comer en la misma mesa es un signo de solidaridad e identificación. El perdón que Jesús otorgaba, en nombre de Dios, a los pecadores, resultaba incomprensible para los que concebían la justicia de Dios en términos de rendimiento de cuentas. Pues lo justo no es perdonar al pecador, sino exigir que haga penitencia o condenarle. Este enfrentamiento con las autoridades religiosas, hizo que Jesús fuese condenado en nombre de la religión. Le acusaron de blasfemo. La vida de Jesús fue un choque teológico entre él y la concepción dominante de la ley, un choque entre un Dios de justicia y un Dios de gracia. Jesús muere a causa de la ley. El evangelista Lucas lo expresa así: “fue contado entre los impíos” (22,37), entre malhechores, entre gente poco piadosa y nada cumplidora. Y el cuarto evangelio llegar a decir de los discípulos lo que comenzó cumpliéndose en Jesús: “llegará un día en que el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,2). A Jesús le mataron por motivos muy religiosos, ¡pensando que daban culto a Dios!
La vida de Jesús invita a no absolutizar la religión, los rezos, los ritos, las costumbres, las formas, las maneras. Todo esto está bien si nos ayuda a ser más felices con Dios y más caritativos, cercanos y misericordiosos con el prójimo. Ese es el criterio que determina la bondad o la perversidad de una religión.