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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

10
Abr
2007

Invierno o primavera según el color del cristal

3 comentarios
Desde que Juan XXIII se refirió a los signos de los tiempos han sido frecuentes en la literatura teológica las metáforas que tienen que ver con las estaciones climáticas para referirse a la situación de la Iglesia. Se ha hablado de otoño, invierno y primavera eclesial. Noto a faltar la metáfora del verano eclesial. Quizás –permítaseme una pequeña broma- porque la imagen del verano, con sus calores, sus playas, sus bañadores y su dulce no hacer nada, parece poco apropiada para aplicarla a la Iglesia. Y, a lo mejor, no vendría mal un verano eclesial, que a todos nos relajase un poco, nos ayudara a tomarnos las cosas con mejor humor y a acercarnos a los demás con menos ropajes, con un lenguaje más familiar y con formas menos oficiales.

La caída de las hojas en otoño, con su imagen de fin de etapa, los fríos del invierno, con su sugerencia de tiempos duros, o las flores de primavera parecen más indicadas como imágenes de una Iglesia, bien en decadencia, bien con dificultades, bien llena de novedad y juventud. Estas imágenes me recuerdan el refrán que dice que las cosas son según el color del cristal con que uno las mira. Mi impresión es que no hacen sino reflejar el estado de ánimo de quién las utiliza. Solemos ver con colores brillantes aquello que realizamos o de lo que somos responsables; con colores grises lo que hacen los demás; y con colores oscuros lo que repercute negativamente sobre nosotros o nuestros amigos. ¡Qué difícil es ser autocrítico con uno mismo y generoso con los demás! No resulta fácil valorar positivamente lo que otros hacen.

Eso, sin olvidar que en el episcopado español, por hablar de lo que nos toca de cerca, se oyen voces con diferentes acentos y modulaciones. El episcopado no es monolítico. De ahí que, en función de la onda con la que uno sintoniza, pueda decir que seguimos en un largo invierno o que se detectan indicios de una primavera que despunta.
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JM Valderas
10 de abril de 2007 a las 23:37

A veces, querido Gelabert, los inviernos somos nosotros. Hacía unos meses, un teólogo de prestigio progresista, que sermonea a cuanto pontífice máximo se le ponga a tiro en las páginas de El país y La vanguardia, con citas bíblicas sacadas de su intención e hilvanadas en una borrachera sofista, se quejaba de lo duro que se le hacía vivir en el invierno eclesial. No entendía yo lo de invierno eclesial hasta haberlo leído enarbolado por esa aguerrida tropa que el eximio jubilado reúne en su “academia”, con capacidad para conceder créditos en facultad de teología, quienes defienden la necesidad de un nuevo sacramento para los homosexuales e identifican la Pascua con la elección de Zapatero. No añado ni una coma, y ellos lo saben. ¿Verdad G.F.? Son dados los que hablan de ese invierno eclesial a fustigar sin piedad a la Iglesia; profetas ellos, se les llena la boca con la canción de Victor Jara (“Si se calla el cantor”). Sin ironía les replico que yo prefiero “Te recuerdo Amanda”, por lo de la salida madrugadora a la fábrica. Cuando tantas son las bajas, ha llegado la hora, Gelabert, de reordenar las fuerzas. Y poner el empeño cada uno en su tajo, sin mirar el tiempo ni el higrómetro. Que el teólogo enseñe teología sin bastardías. Quizás el invierno real sea el desierto de ideas claras. .

Oscar
11 de abril de 2007 a las 14:59

Lo malo de los inviernos y lo bueno de las primaveras de las que habla el articulo es que las provocamos nosotros. Y sobre las distintas voces episcopales me gustaría apostillar que no por mucho levantar la voz resulta uno más creíble.

Bernardo
11 de abril de 2007 a las 19:15

Queridísimo Martín, aprovecho tu blog para desearte una feliz Pascua de Resurrección. Esto de que siempre venga en primavera es una maravilla para los más pero siempre pienso en aquellos aquejados de esa tristeza espiritual llamada depresión, para ellos sería mejor que la Pascua se presentara en los meses estivales, con largos periodos de estabilidad emocional. En fin, que nunca llueve a gusto de todos, y te lo digo con cierta ironía porque por mi tierra hemos oído estos días de fiestas primaverales ruegos a la santísima para que no lloviera y nos dejara sacar las procesiones y hartarnos de morcilla en la extinta huerta, a la que veneramos como si un ídolo se tratara para blandirlo contra los que no nos mandan el ansiada agua que riegue nuestros campos de golf y rebose nuestras piscinas privadas. Por cierto, no está nada mal esta idea tuya de un estío eclesial, pero date prisa en promoverla porque con lo del mal llamado "cambio climático" es muy posible que no sepamos en qué tiempo estamos y, otra vez, como siempre, perdamos el tren los cristianos. ¡Por llegar tarde llegamos tarde hasta a las metáforas que explicarían nuestra ¿quizás? futura extinción! (la primera para la Iglesia, la sexta masiva en el planeta)y ho hay nada peor que morir sólo y sin dejar rastro. Bueno, quizá dejemos hermosos sepulcros blanqueados llenos de escleróticos rituales. Un abrazo desde la Pascua hasta la Parusía que ansíamos como Isaías: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases derritiendo los montes...!

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