Oct
Influencia destructiva de la cultura
1 comentariosHay coincidencias que hacen pensar. Ayer dos clérigos distantes hicieron un comentario similar a uno de los párrafos de la homilía de Benedicto XVI al inaugurar el Sínodo de los Obispos. A uno se lo escuché por teléfono por la mañana. Al otro por la tarde en la homilía de una Eucaristía a la que tuve ocasión de asistir. La homilía consistió en un resumen, en ocasiones literal, de la que el domingo hizo el Papa. Pues bien, al llegar al siguiente párrafo: “Naciones que en un tiempo tenían una gran riqueza de fe y vocaciones ahora están perdiendo su identidad, bajo la influencia deletérea y destructiva de una cierta cultura moderna”, el predicador dejó de leer y empezó a hablar por sí mismo, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que lo que leía necesitaba alguna precisión. Y vino a decir lo mismo que el interlocutor de la mañana, a saber: que en esta pérdida de la fe y de vocaciones, los cristianos, y más en concreto los dirigentes de la Iglesia, teníamos que preguntarnos por nuestra responsabilidad y dejar de echar las culpas a la cultura.
Ya el Concilio se refirió a que una deficiente exposición de la doctrina y la incoherencia de vida de los creyentes podía ser una de las causas del ateismo. Inadecuada exposición de la doctrina: presentar un Dios exigente, un Dios que “ha tenido que recurrir al castigo” (para emplear una expresión de la homilía papal), puede parecer en ocasiones necesario para defender la fe, pero deberíamos también preguntarnos si así no destruimos la esperanza. Y ya que estamos en un Sínodo de Obispos, no está de más recordar lo que decía el Vaticano II, a saber, que “los pastores exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano”. El rostro de la Iglesia: el de una Iglesia pobre, en la que sus pastores no están cerca de los poderosos y grandes de este mundo, y no buscan prestigios mundanos, sino de los pequeños a los que buscan servir.
Que bueno sería si el Sínodo estimulase a buscar a este Dios que se revela en Jesús, el Dios de los necesitados, cercano a los pecadores, un Dios que es Amor, sólo amor y nada más que amor. Y que, al final, su único criterio de juicio será el amor. El amor que nosotros hemos dado, pero también el amor que Él nos tiene.