Feb
Historia natural, personal y divina
2 comentariosLa vida humana es una combinación de historias. Somos un producto de la naturaleza, hay una historia natural que nos constituye y nos emparenta con todos los seres vivos, sobre todo con los primates y mamíferos. El estudio de esta historia nos dice que los humanos somos una especie surgida por evolución y nos explica cómo funcionan nuestros genes para permitir el desarrollo y funcionamiento de nuestras facultades mentales e, incluso, cómo estos genes influyen sobre nuestro comportamiento. Pero la historia de la humanidad no sólo está escrita en los genes. Poseemos también una historia personal, forjada a partir de las relaciones con otras personas y de nuestros conocimientos culturales. La sola historia natural no nos dice si nuestras creencias acerca de Dios son verdad o nuestras conductas son correctas. Estas convicciones se adquieren con la educación.
Para los creyentes hay una tercera historia que también es constitutiva de lo humano: la historia que Dios quiere hacer con el hombre. Esta historia no se superpone a las otras historias, ya que lo natural y lo personal es la condición de posibilidad de la historia divina. Y, al mismo tiempo, la historia divina es aquella a la que tendían la natural y la personal. En efecto, el Dios de la Biblia, que crea al ser humano a su imagen y semejanza, es el Dios del genoma humano. Por otra parte, la evolución genética nos ha llevado a la evolución cultural y humana con capacidad de acoger el espíritu de Dios. La genética ha hecho posible un ser capaz de dedicarse a la ciencia, al arte y a la religión.
Ahora bien, esta historia divina resulta ambigua. Este producto de la evolución, que ha sido constituido por Dios como su imagen y semejanza, o dicho de otro modo, que ha sido llamado al diálogo y a la amistad con Dios, ha sido culpable de una historia de muertes, horrores, injusticias, una historia sólo propia del más salvaje de los animales. ¿Cómo se explica esto? Porque el ser humano es una imagen provisional de Dios, una imagen imperfecta, incompleta. El Nuevo Testamento dice que la verdadera y perfecta imagen de Dios invisible es Jesucristo. El es la clave que nos permite comprender la historia. En la medida en que nos identificamos con Jesús, la imagen de Dios que es el ser humano, alcanza la plena humanidad.