Jun
Hermanas y hermanos de Jesús
3 comentariosLa aparición de los hermanos y hermanas de Jesús en el evangelio del próximo domingo, me da pie para ofrecer una reflexión sobre el tipo de fraternidad que estos hermanos y hermanas, que aparecen en los evangelios con sus propios nombres (Santiago, Joset, Judas y Simón: Mc 6,3; Mt 13,55), tenían con Jesús. Es un tema delicado que ha recibido distintas respuestas. El Catecismo de la Iglesia Católica (nº 500) se inclina por una de ellas: “La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes (sobre las hermanas y hermanos de Jesús) como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José, hermanos de Jesús (Mt 13,55) son los hijos de una María, discípula de Cristo, que se designa de manera significativa, como la otra María (Mt 28,1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento”. Para justificar esta denominación de hermano a un pariente cercano, el Catecismo cita algunos textos del Génesis (13,8; 14,16; 19,15). Podría haber añadido que, según Jn 19,25, esta “otra María”, mujer de Clopás, era “hermana” de la madre de Jesús. En este caso, se trataría de primos.
Resulta significativo que estos “hermanos y hermanas de Jesús” nunca son llamados hijos de María. María es solo “la madre de Jesús”. No son hijos de María, pero podrían ser hijos de un anterior matrimonio de José, posibilidad perfectamente defendible según las costumbres de aquel tiempo. Una tercera posibilidad sería que la expresión “hermano” de Jesús no habría que entenderla a partir de los relatos de la infancia, sino a partir del grupo post-pascual, reunido alrededor de la familia de Jesús o dentro del ambiente de las primeras comunidades cristianas. De modo que la expresión “hermano” de Jesús podría ser incluso una especie de título honorífico.
Lo que hay detrás de este asunto es la cuestión de la concepción virginal de Jesús. Esta concepción hay que mantenerla a toda costa, porque ella es la que permite afirmar y comprender la divinidad de Jesús. Si Jesús “solo” tiene a Dios por Padre, entonces esa filiación implica la no paternidad humana, la ausencia de semen viril en la concepción y, por tanto, la virginidad de la madre. La virginidad de María no está en función de María, sino al servicio de la Encarnación del Hijo de Dios y, por tanto, es un elemento necesario para afirmar que este niño que nace de María solo (insisto en el “solo”) tiene a Dios por Padre.
A este respecto resulta llamativo el diálogo del adolescente Jesús con su madre, cuando después de perderlo y encontrarlo tres días después en el templo de Jerusalén, su madre le dice: “¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. “Tu padre y yo”, o sea, José y María. Y el adolescente responde: “¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,48-49). ¡Delante de José, Jesús hablaba de otro Padre! Ante esta respuesta, el evangelista añade: “ellos no comprendieron la respuesta que les dio”. No resultó fácil comprender la filiación divina de Jesús.
Son posibles varias hipótesis sobre quiénes eran esos “hermanos y hermanas” de Jesús. Bien justificadas, todas pueden ser válidas siempre que sean compatibles con el dato fundamental de la fe: Jesús “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de María, la virgen”.