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Francisco y Domingo "nos enseñaron tu ley, Señor"
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Las Órdenes religiosas tenemos buenas relaciones. Corren a veces algunas leyendas sobre lo mal que se llevan los miembros de unas y otras Congregaciones, fruto, sin duda, de acontecimientos totalmente superados. Por ejemplo, la controversia sobre la primacía de la gracia o de la libertad entre teólogos jesuitas y dominicos. O las disputas entre franciscanos y dominicos a propósito de la Inmaculada. Yo he conocido a algunos dominicos que eran tan o más “inmaculistas” que los franciscanos.
No pretendo escribir sobre disputas, sino sobre un abrazo que, según algunas crónicas, hubo entre Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, cuando se encontraron en Roma. Al parecer, en este encuentro, Domingo dijo a Francisco: “Tú eres mi compañero; conmigo recorrerás el mundo. Establezcamos entre nosotros un compromiso de colaboración. Seamos fieles a Cristo, y no habrá adversario que pueda vencernos”. De allí data la tradición de que la Eucaristía en el convento de los dominicos, en la fiesta de Santo Domingo, sea presidida por un franciscano. Y el día san Francisco, en el convento de los franciscanos, preside y predica un dominico. Más aún: en la fiesta de los respectivos fundadores, los frailes suelen invitarse a comer y, antes o después de la comida, cantan en latín que “el seráfico Padre Francisco y el apostólico Padre Domingo nos enseñaron tu ley, Señor”.
Para los dominicos, Francisco de Asís es “nuestro Padre”. El Patriarca de los Menores (así se llaman los franciscanos: Orden de Frailes Menores), dejando las riquezas de su casa, vistió la desnudez de Cristo y se desposó con la dama pobreza. Su alma soñadora veía en la creación la gran familia divina, en la que Dios es el Padre y todas las criaturas hermanas. Murió consumado de amor y tres años después fue canonizado por Gregorio IX.
En una carta escrita por el Ministro General de los Franciscanos y el Maestro de los Predicadores, alrededor del año 1260, podemos leer: “¡Qué gran ejemplo de amor mutuo y de paz nos han dejado nuestros Padres, el bienaventurado Francisco y el bienaventurado Domingo y todos nuestros primeros frailes, que tan tiernamente se amaron en vida y nos dieron muestras de un amor tan sincero cuando se consideraban unos a otros como ángeles de Dios; y cuando unos a otros se acogieron como quien acoge a Cristo; o cuando competían entre sí a quién de ellos honrar más; o cuando se alegraban recíprocamente de los triunfos de cada cual; o cuando mutuamente se ensalzaban con elogios; o cuando unos promovían el éxito de los otros!”. Sí, bien podemos cantar que nos enseñaron tu ley Señor, a saber, la del amor mutuo. Mutuo.