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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

23
May
2011

Estatuto cristiano de la ciencia

2 comentarios

Mucho antes de que el Concilio Vaticano II reconociera la legítima autonomía de las ciencias y la justa libertad de investigación, Alberto Magno había reivindicado expresamente la independencia de las búsquedas científicas: “En materia de fe y de costumbres hay que creer a San Agustín más que a los filósofos, en caso de que estén en desacuerdo; pero si tratamos de medicina hay que referirse a Galeno y a Hipócrates, y si se trata de ciencias naturales, me dirijo a Aristóteles o a algún otro experto en la materia”. Alberto estaba, además, convencido de que “las ciencias no están del todo terminadas, pues quedan todavía muchas cosas por descubrir”. En la historia de occidente, Alberto Magno fue el primero que definió el estatuto de las ciencias en la Cristiandad.

Antes de emitir ningún juicio de valor, los cristianos debemos escuchar atentamente a los mejores entendidos en las cuestiones implicadas en ese juicio. La misma Iglesia recomienda a los estudiosos en teología y a los pastores que cuando un problema teológico implica datos que son objeto de estudio de una ciencia (por ejemplo, el del origen del hombre y del mundo; las cuestiones de orden moral y pastoral), la teología debe tener muy en cuenta lo que de seguro dicen las ciencias al respecto. Primero porque la gente hoy está marcada por una cultura de tipo científico y, por tanto, una creencia religiosa opuesta a esta cultura difícilmente resultará creíble; y después porque sin tener en cuenta los datos más seguros de la ciencia corremos el riesgo de hacer discursos alejados de la realidad.

Pongo un ejemplo delicado. Y con el ejemplo digo lo que digo y no más de lo que digo. Cuando la teología afirma la sacralidad e inviolabilidad de toda vida humana, de ahí no se deduce inmediatamente que el cigoto, fruto de la unión de un óvulo y un espermatozoide, sea una persona humana digna de ese respeto. Para realizar esta afirmación habrá que tener en cuenta además otros elementos, entre los cuales serán muy importantes los datos científicos sobre el estatuto vital del cigoto y su desarrollo posterior. Lo mismo vale cuando lo que está en juego son cuestiones económicas o políticas. Hoy no puede hacerse teología (ni catequesis, ni siquiera predicación) desde el aislamiento, sino desde la interdisciplinariedad.

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JM Valderas
23 de mayo de 2011 a las 21:00

No es fácil acrisolar principios en que se funda el derecho a la vida, su inviolabilidad, en unas líneas, aunque algún documento reciente de la Santa Sede lo han logrado, como la Instrucción Dignitatis personae. Título muy indicativo para una reflexión sobre el estatuto jurídico-moral del cigoto. El texto, como no podía ser menos, reconoce que la inviolabilidad pertenece al terreno de la filosofía, de la ética. Para defender la vida no hace falta apelar a la teología; ese es el sofisma de los que están en contra. En biología se prefiere la expresión fusión de los gametos (más que unión), porque lo que aparece es un ser enteramente nuevo, no de la agregación de dos (lo que sería la mera unión). Un ser que. desde ese instante porta su propia identidad genética, genoma que irá determinando las proteínas de la formación del embrión. A eso podría remitir tu expresión, insólita en biología, de “estatuto vital”. Lo que ocurra en la embriogénesis o biología del desarrollo irá moldeando lo que ya existe con factores de transcripción codificados por el propio genoma, un proceso que sólo termina con la muerte. Hasta lo que se creía algo cerrado como la neurogénesis se ha demostrado que persiste en la edad adulta. Pese a la identidad del nuevo sujeto, distinto de sus células progenitoras, muchos, es cierto, se muestran reacios a reconocerles derechos (porque su tejido nervioso apenas ha empezado a diferenciarse o la ecografía no muestra todavía caracteres morfológicos esenciales). Ocurre así con la legislación sobre el aborto libre que hoy padecemos. Algunos, incluso entre los partidarios a priorir de la defensa de la vida, el debate ético debiera centrarse en la cuestión de la unicidad, pues, en línea de principio, un único cigoto podría madurar en dos o más ¿Una persona desdoblarse en dos? Una aporía cuya solución apunta la doctrina tomista. Ahí está la tarea del teólogo: dar a conocer esa respuesta con los medios actuales (científicos y metodológicos). Me detengo aquí. Este blog no es mío.

Desiderio
24 de mayo de 2011 a las 21:38

Esta comprensión interdisciplinar de cualquier cuestión entiendo que es algo cada vez más necesario. Desde el avance incuestionable de la ciencia durante los últimos siglos, la ciencia se ha convertido en una interlocutora ineludible si no queremos vernos, como dices, fuera de la realidad. Y tanto por parte de unos como de otros; tanto los pensadores (filósofos o teólogos) deben estar al día de los conocimientos y avances científicos, como los científicos deben estar al tanto de lo que se cuece entre los intelectuales. No sé yo si en la actualidad el científico está superando esa animadversión inicial sobre todo lo que huela a divino, de manera que todos aquellos prejuicios que de alguna manera tampoco le ayudaban a acercarse a la realidad desde un punto de vista que no fuera el suyo se están diluyendo. O por lo menos entre algunos. ¿Podemos decir lo mismo de la teología? ¿Será cierto que somos capaces de suprimir esa tendencia de tantos creyentes de divinizar situaciones o circunstancias, que a lo mejor no son divinizables sino que simplemente son fruto del mundo natural, incluido el mundo natural humano?

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