May
Estatuto cristiano de la ciencia
2 comentariosMucho antes de que el Concilio Vaticano II reconociera la legítima autonomía de las ciencias y la justa libertad de investigación, Alberto Magno había reivindicado expresamente la independencia de las búsquedas científicas: “En materia de fe y de costumbres hay que creer a San Agustín más que a los filósofos, en caso de que estén en desacuerdo; pero si tratamos de medicina hay que referirse a Galeno y a Hipócrates, y si se trata de ciencias naturales, me dirijo a Aristóteles o a algún otro experto en la materia”. Alberto estaba, además, convencido de que “las ciencias no están del todo terminadas, pues quedan todavía muchas cosas por descubrir”. En la historia de occidente, Alberto Magno fue el primero que definió el estatuto de las ciencias en la Cristiandad.
Antes de emitir ningún juicio de valor, los cristianos debemos escuchar atentamente a los mejores entendidos en las cuestiones implicadas en ese juicio. La misma Iglesia recomienda a los estudiosos en teología y a los pastores que cuando un problema teológico implica datos que son objeto de estudio de una ciencia (por ejemplo, el del origen del hombre y del mundo; las cuestiones de orden moral y pastoral), la teología debe tener muy en cuenta lo que de seguro dicen las ciencias al respecto. Primero porque la gente hoy está marcada por una cultura de tipo científico y, por tanto, una creencia religiosa opuesta a esta cultura difícilmente resultará creíble; y después porque sin tener en cuenta los datos más seguros de la ciencia corremos el riesgo de hacer discursos alejados de la realidad.
Pongo un ejemplo delicado. Y con el ejemplo digo lo que digo y no más de lo que digo. Cuando la teología afirma la sacralidad e inviolabilidad de toda vida humana, de ahí no se deduce inmediatamente que el cigoto, fruto de la unión de un óvulo y un espermatozoide, sea una persona humana digna de ese respeto. Para realizar esta afirmación habrá que tener en cuenta además otros elementos, entre los cuales serán muy importantes los datos científicos sobre el estatuto vital del cigoto y su desarrollo posterior. Lo mismo vale cuando lo que está en juego son cuestiones económicas o políticas. Hoy no puede hacerse teología (ni catequesis, ni siquiera predicación) desde el aislamiento, sino desde la interdisciplinariedad.