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¿En quién confiamos?
6 comentarios
En Jesús los cristianos hemos visto un Dios seguro, un Dios en el que se puede confiar. Toda la vida de Jesús es manifestación de un Dios así. En la resurrección de Cristo los cristianos tenemos el motivo fundamental de nuestra esperanza y de nuestra fe en un Dios que es fiel a su criatura hasta el final, hasta la muerte y más allá de la muerte. Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe no vale nada (segunda lectura del próximo domingo). Pero si Dios le ha resucitado de entre los muertos, entonces ese Dios se acredita como Dios de la vida que no puede estar sin sus hijos muy amados. La resurrección es un asunto de amor, un Dios que ama hasta tal punto que no quiere estar sin sus amados.
El Evangelio del sexto domingo del tiempo ordinario es también una llamada a la confianza en Dios. Las bienaventuranzas evangélicas no están ahí sólo ni principalmente para consolarnos frente a las injusticias y desgracias de este mundo. No son una llamada a la resignación. Las bienaventuranzas son una bendición, una ocasión para hablar bien de Dios que incluso en la aflicción se muestra poderoso, acompañando y sosteniendo a los suyos. En ellas Cristo nos declara felices y se congratula con nosotros porque él sabe muy bien como nos mira el Padre celestial. El motivo de la felicidad no es la pobreza, sino el lugar que ocupamos en el corazón del Padre.
Las bienaventuranzas no nos evaden de los problemas de este mundo. Al contrario, nos comprometen a trabajar por un mundo más justo y humano. Son muy realistas. En todo lugar y tiempo, en la Palestina de Jesús y en nuestro mundo, hay pobres, hambrientos y perseguidos. Un cristiano no vive el espíritu de estas bienaventuranzas si no se solidariza con ellos, imitando así al Padre celestial. Con una solidaridad real, efectiva y afectiva. Dios no quiere el sufrimiento, pero ama a los que sufren. Nosotros, hijos de Dios llamados a identificarnos con su Hijo Jesús, estamos invitados a tener esos sentimientos divinos.
En la versión de Lucas las bienaventuranzas van acompañadas de una serie de maldiciones. Se trata de una seria advertencia para aquellos que buscan la felicidad en el poder, el prestigio o la ambición. También ahí Jesús es muy realista y nos plantea a todos una pregunta decisiva: ¿en qué o en quién confías? ¿Dónde pones tu corazón? No se puede vivir con un corazón dividido. No se puede buscar el poder y a la vez querer ser solidario con el débil. No se puede confiar a la vez en Dios y en el dinero. No pueden construirse armas de guerra con el falso propósito de defender la paz.
El evangelio de hoy, con ese contrapunto tan desconcertante a las bienaventuranzas, rompe con esas pretensiones nuestras (a veces incluso inconscientes) de compatibilizar lo incompatible: el afán de dinero y la solidaridad, la búsqueda de poder y la cercanía a los hermanos, el ser cristiano y el miedo a proclamar que lo somos. En suma, no es posible vivir como un impío y gozarse en la ley del Señor (salmo responsorial) Ya lo dice la sabiduría popular: no se puede poner una vela a Dios y otra al diablo.