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¿En qué consiste la vida eterna?
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¿Es posible atisbar en qué consiste la bienaventuranza definitiva, la felicidad eterna que Dios tiene preparada para los salvados, para aquellos que le aman, para sus elegidos? En una palabra, ¿es posible describir en qué puede consistir el cielo, la vida celestial?
Cuando Tomás de Aquino se pregunta en qué consiste la vida eterna, dice que en ella confluirán estos cuatro aspectos o dimensiones: En primer lugar, la unión con Dios: “él es el premio y el fin de nuestros trabajos”. Como Dios es inefable, sorprendente, está más allá de todo lo que podamos pensar, desear e imaginar, se comprende que Santo Tomás no desarrolle en demasía en que puede consistir esta unión con Dios.
También consiste la vida eterna en la plena saciedad de todo deseo. Allí tendremos todo lo que deseamos y esperamos. En esta vida nada ni nadie puede saciar nuestras aspiraciones. Esto solo puede hacerlo Dios, que las sacia y sobrepasa infinitamente. Si se desean deleites, allí estará el sumo y perfectísimo deleite, que es Dios mismo. Si se desean honores, allí estará el máximo honor. El santo, haciendo gala de buen humor, pone un ejemplo de esos honores que deseamos en este mundo y que se cumplirán en el otro: “los hombres sobre todo desean ser reyes u obispos, según sean seglares o clérigos; ambas cosas las conseguirán allí”. En tercer lugar, la vida eterna consiste en la seguridad perfecta. En este mundo no la hay, porque cuantas más cosas queremos, tanto más tememos perderlas y tantas más necesitamos.
Finalmente, el santo añade algo muy interesante. Me da la impresión de que prolonga a la vida eterna una de las enseñanzas fundamentales de Jesús y del Nuevo Testamento, a saber, que el amor a Dios y al prójimo son inseparables en la vida presente y lo serán también en la vida futura. Compartir con otros la alegría de los bienes divinos acrecentará nuestra bienaventuranza. Dice el santo: la vida eterna “consiste en cuarto lugar en la compañía de todos los bienaventurados, la cual será agradabilísima… Pues cada uno amará al otro como a sí mismo, por eso se alegrará con el bien de los demás como si fuera propio”. El bien ajeno no será motivo de envidia (como ocurre en este mundo), sino de una inmensa alegría. Sto. Tomás termina citando el Salmo 87: “y cantarán mientras danzan: todas mis fuentes están en ti”.