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El Verbo se hizo judío
3 comentariosLa clave de toda la fe cristiana es Jesucristo. Este nombre es un compuesto de otros dos: Jesús y Cristo. Jesús de Nazaret, un judío del siglo primero, hijo de José y de María, es confesado como el Cristo, el Mesías, el enviado definitivo de Dios. Por tanto, sólo puede decirse con toda propiedad “Jesucristo” desde la fe. El nombre de Jesús puede decirse desde la no fe, y por esto, el hombre cuyo nombre es Jesús es objeto de la investigación histórica y su vida y obra puede recibir distintas interpretaciones. Cuando decimos “Jesucristo” estamos optando por una de las posibles interpretaciones de Jesús.
El calificativo de Cristo, que atribuimos a Jesús, si lo entendemos como el enviado por Dios, el que proviene de Dios, termina orientando al misterio mismo de Dios. Es enviado por Dios, porque procede de Dios. Según nuestra fe, procede de Dios porque antes de nacer de María era “la Palabra que estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). La explicación cristiana de este estar en Dios, por una parte, y ser Dios, por otra parte, utiliza la analogía de la palabra concebida en nuestra mente: “nada hay tan semejante al Hijo de Dios como la palabra concebida en nuestra mente” (Tomás de Aquino). Ahora bien, mientras está en la mente, la Palabra sólo la conoce el que la ha concebido. Pero si quiere ser oída y manifestarse al exterior debe hacerlo de forma comprensible, debe ser dicha y oída. En lo que se refiere a la Palabra de Dios eso significa que “la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).
Ahora bien, si se hizo carne, si se hizo “hombre como nosotros”, entonces no podemos comprenderlo desde la abstracción de lo humano. Porque lo humano no existe, solo existen individuos, solo existen personas concretas, de una altura, una raza, una lengua, unas características propias y únicas de cada uno. Por eso, decir que el Verbo se hizo judío es un modo de decir que se hizo verdaderamente humano con una humanidad concreta. La humanidad “ideal” es abstracta, no es de ningún lugar. O sea, no existe. Existen seres humanos, cada uno de un lugar, de una raza, de un sexo, de un tiempo. Decir que el Verbo se hizo judío es recalcar la verdad de la Encarnación.
“La salvación viene de los judíos” (Jn 4,22). Lo dijo un judío hace dos mil años, el mismo judío al que sus seguidores proclamaron Hijo de Dios y resucitado de entre los muertos. La salvación viene de los judíos, sí, pero no de los judíos en general o en abstracto. Viene de un judío concreto, de un judío eterno: Jesús, el hijo de María.