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El Señor esté con vosotros: más que una fórmula
7 comentariosEn alguna ocasión he escuchado al presidente de la Eucaristía hacer un pequeño cambio en la fórmula “el Señor esté con vosotros”, que aparece repetidamente en la liturgia, y decir: “el Señor está con vosotros”, subrayando con especial énfasis el “está”. En mi opinión este cambio no es bueno. Pero es necesario explicar el motivo, porque de lo contrario estos detalles que son importantes, dejan de serlo cuando no se comprende su sentido y su razón. Si no se conoce la diferencia entre decir “esté” o “está”, da lo mismo decir una cosa que otra y hasta alguno podría pensar que hacer alguna vez un cambio ayuda a abrir el oído para que los fieles, o sea, en este caso los oyentes, se despierten de la somnolencia que produce la monotonía de las repeticiones.
El presente “está” indica posesión. El subjuntivo “esté” es un tiempo más dinámico, indica que el Señor está continuamente viniendo; además, expresa un deseo, prepara a la permanente acogida del Señor. Este “Señor” que se implora es además “el Espíritu”, tal como dice san Pablo en 2Co 3,17: “el Señor es el Espíritu”. Así se explica que esta fórmula se pronuncie sobre los fieles en los más importantes momentos de la celebración eucarística, a saber, al comienzo de la celebración, en el momento de proclamar el evangelio, al inicio de la plegaria eucarística y al final de la celebración. Me fijo ahora en los dos momentos intermedios: la proclamación del evangelio y el comienzo de la plegaria eucarística.
Gracias a la acción del Espíritu, la Palabra de Dios, expresada en la Escritura, se hace eficaz, penetra en el corazón de los fieles, les permite comprender mejor el Evangelio, alcanzar su verdad más profunda. El Espíritu, como dice el Vaticano II, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos internamente la palabra de Dios (Col 3,16). Al decir “el Señor esté con vosotros” imploramos la venida del Espíritu para acercarnos a Cristo a través de la Escritura. Una oración similar debería acompañar toda lectura y estudio de la Escritura, todo anuncio del Evangelio y, en general, toda la vida cristiana.
Al comenzar la plegaria eucarística volvemos a implorar que “el Señor esté” con nosotros, porque solo gracias al Espíritu del Señor es posible que el pan y el vino se transformen en cuerpo y sangre de Cristo, para que nosotros, al comer y beber de estos dones quedemos conformados por Cristo, unidos a él y por su medio, unidos a los hermanos. Sin la venida del Espíritu no hay eucaristía.
Por tanto, no es bueno decir “el Señor está con vosotros”, como si se tratase de una constatación, como si su presencia fuera una posesión adquirida, estática y, en última instancia, manipulable. Precisamente la trascendencia de Dios impide toda manipulación y exige una actitud de acogida permanente, que continuamente se renueva, porque el Señor no es nunca una posesión, y sólo viene en la medida en que nos abrimos a su presencia, en la medida en que le deseamos y le acogemos.