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El extraño lenguaje de la cruz
5 comentariosLa idea y el concepto de Dios no pertenece a nadie. Es de todos. La idea de Dios es más antigua y universal que el cristianismo, más antigua que la filosofía. Todas las religiones se ocupan de Dios. Toda la filosofía occidental ha tratado de Él, unas veces buscando demostrar su existencia que ya se daba por supuesta antes de comenzar la demostración, y otras veces para negar su realidad, calificarla de ilusión, y en ocasiones de perjudicial para el pleno desarrollo de la persona. Pero todos, los religiosos y los no religiosos, los que lo afirman y los que lo rechazan, suelen partir de una idea de Dios muy genérica, como el Altísimo, el Todo-Otro, el Ser infinito, el Absoluto encerrado en sí mismo, impasible e inmutable; el Eterno sustraído al devenir; un Ser reconocido como tan grande que no es posible concebir nada mayor. También la Iglesia, en su predicación y su liturgia, ha presentado al Dios de Jesús bajo este revestimiento, un ropaje que, en parte, ella se había encontrado ya en los espíritus a los que proponía la fe cristiana.
En contraste con esta noción tan genérica de Dios, en Jesús se revela un Dios que tiene la propiedad inaudita de entrar en la historia y comunicarse con los seres humanos; pero también dejarse ignorar, desconocer, negar, condenar a muerte. Una revelación así, lejos de tener la claridad que sugiere la palabra, tiene muchos puntos oscuros, al verse obligada la razón a buscar a Dios en una humanidad pobre y humilde. Estamos ante el Dios que se despoja de la sabiduría de este mundo, impotente, según Pablo, para hablar de la cruz. Un Dios del que no es posible hablar a base de demostraciones, porque él se revela en la gratuidad, buscando la reconciliación de los hombres entre sí. Es un Dios que acepta la posibilidad de no ser conocido, que no quiere seducir ni aterrorizar, que nos deja libres para reconocerle o no reconocerle, que se despoja de los velos de toda religiosidad para manifestarse en la realidad profana de la carne de Jesús, donde su divinidad se vuelve, en cuanto tal divinidad, incognoscible. Para ser el Dios-para-nosotros, el Dios que se revela en Jesús sale de la religión y nos desvela su secreto más profundo: el de su humanidad.