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El erótico amor de Dios
2 comentariosUna de las sorpresas de la primera encíclica de Benedicto XVI fue calificar de erótico el amor de Dios. Tiempo atrás, allá por el siglo IV, un autor conocido como el Pseudo-Dionisio constataba que el vocablo “ágape” con el que el Nuevo Testamento designa el amor, carecía de prestigio (como sucede ahora con el término “caridad”) y tuvo la feliz ocurrencia de decir que para hablar del amor de Dios había que utilizar el término “eros”. La gente, cuando oye la palabra “eros” piensa enseguida en erotismo sexual. Con las palabras sucede como con el resto de las realidades: suelen ser neutrales y, por eso, pueden usarse bien o mal. Eros, de entrada, designa la atracción que suscita la belleza. Dios debe tener bastante bien afinado el sentido de la belleza, porque lo primero que constató tras haber hecho el mundo es que era muy bello. Y más bello aún debió parecerle la mejor de sus obras, el ser humano, creado a su imagen, en el que, según el libro de los Proverbios, se deleitaba. Los profetas y el Cantar de los Cantares comparan el amor de Dios por el ser humano con la pasión que siente un joven por su novia. Estos textos inspiraron a Juan de la Cruz: “Oh noche que juntaste amado con amada”.
El de Dios no es un amor frío, distante. Al contrario de lo que ocurre con la divinidad aristotélica, que no necesita de nada y no ama, sólo es amada, el Dios bíblico ama personalmente con un amor apasionado que brota de lo más profundo de sus entrañas y le impulsa, le mueve a salir de sí mismo, como si no pudiera estar sin el ser humano. En su encíclica el Papa calificó a Dios de “amante con toda la pasión de un verdadero amor”. El Nuevo Testamento ratifica y radicaliza, si cabe, esta concepción de Dios. Con Jesús, Dios aparece como puro exceso, absoluta ternura. En él se revela un Amor crucificado. San Pablo entendió perfectamente que algunos calificasen de locura la actuación de este Dios. ¡Un Dios que desvaría! Jesús lo compara con un padre que, al parecer, chochea, porque se pasa el día esperando la vuelta de un hijo que le defraudó, un padre que por el hijo pierde la cabeza, pues siente una nostalgia infinita por el hijo perdido.