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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

27
Ago
2010

El erótico amor de Dios

2 comentarios

Una de las sorpresas de la primera encíclica de Benedicto XVI fue calificar de erótico el amor de Dios. Tiempo atrás, allá por el siglo IV, un autor conocido como el Pseudo-Dionisio constataba que el vocablo “ágape” con el que el Nuevo Testamento designa el amor, carecía de prestigio (como sucede ahora con el término “caridad”) y tuvo la feliz ocurrencia de decir que para hablar del amor de Dios había que utilizar el término “eros”. La gente, cuando oye la palabra “eros” piensa enseguida en erotismo sexual. Con las palabras sucede como con el resto de las realidades: suelen ser neutrales y, por eso, pueden usarse bien o mal. Eros, de entrada, designa la atracción que suscita la belleza. Dios debe tener bastante bien afinado el sentido de la belleza, porque lo primero que constató tras haber hecho el mundo es que era muy bello. Y más bello aún debió parecerle la mejor de sus obras, el ser humano, creado a su imagen, en el que, según el libro de los Proverbios, se deleitaba. Los profetas y el Cantar de los Cantares comparan el amor de Dios por el ser humano con la pasión que siente un joven por su novia. Estos textos inspiraron a Juan de la Cruz: “Oh noche que juntaste amado con amada”.

El de Dios no es un amor frío, distante. Al contrario de lo que ocurre con la divinidad aristotélica, que no necesita de nada y no ama, sólo es amada, el Dios bíblico ama personalmente con un amor apasionado que brota de lo más profundo de sus entrañas y le impulsa, le mueve a salir de sí mismo, como si no pudiera estar sin el ser humano. En su encíclica el Papa calificó a Dios de “amante con toda la pasión de un verdadero amor”. El Nuevo Testamento ratifica y radicaliza, si cabe, esta concepción de Dios. Con Jesús, Dios aparece como puro exceso, absoluta ternura. En él se revela un Amor crucificado. San Pablo entendió perfectamente que algunos calificasen de locura la actuación de este Dios. ¡Un Dios que desvaría! Jesús lo compara con un padre que, al parecer, chochea, porque se pasa el día esperando la vuelta de un hijo que le defraudó, un padre que por el hijo pierde la cabeza, pues siente una nostalgia infinita por el hijo perdido.

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Bernardo
27 de agosto de 2010 a las 22:13

Como sabes, la tradición ortodoxa nunca ha perdido de vista esta dimensión. Uno de los que más lo han puesto en evidencia en el siglo XX ha sido Paul Evdokimov en un texto de los que dan mucho para meditar: "el amor loco de Dios". Lee el Evangelio a la luz del mundo del siglo XX, con todas sus miserias, pero también con sus luces, en la más rica tradición ortodoxa de Nicolás Cabasilas. Califica a Dios de "mendigo del amor" y nos muestra una dimensión que en la Iglesia latina olvidamos en medio de tantas disputas por el primado: que Dios es Amor y que ese amor es un dejarse en el amado. Todos los que tenemos la suerte de amar a alguien con la pasión de Eros, sabemos que en el amor uno mismo se pierde para dar al otro todo lo que le llena y completa. El amor es un abandono en el otro, cosa que en el matrimonio se resuelve en reciprocidad hasta la locura de la pérdida de sí mismo.
En otro de sus magníficos libros, "el matrimonio, sacramento del amor", nos revela esta dimensión a la vez kenótica y apoteósica del amor de pareja, imagen del amor trinitario.

Alfredo
28 de agosto de 2010 a las 09:11

Un agapé erótico, creativo, extático y de proyección comunitaria. Sin duda fuente permanente de alimento e iluminación... pienso en la Iglesia. Perderse a sí mismo para ganarse... y que me dices de tanta manipulación fascinadora, mucho por analizar aquí.

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