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Abr
2007Abr
El Dios de las relaciones mutuas
4 comentariosAlgunos se sorprenden cuando oyen que el amor al enemigo no es el máximo grado del amor cristiano. El amor cristiano encuentra su plenitud en el amor mutuo, recíproco, el amor fraterno que construye la Iglesia: “amaos los unos a los otros”. Ese es el mandamiento de Jesús.
Esta comprensión del amor mutuo como plenitud del amor se corresponde con la comprensión de la cruz, o mejor, del Crucificado. En ocasiones se presenta la cruz como llamada a vivir el altruismo y la abnegación. Estos llamamientos indiscriminados y sin matices hasta podrían contribuir a perpetuar la opresión. Sin duda en la cruz resplandece el amor al enemigo, pero resplandece más aún el amor a los amigos, el amor recíproco: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos”. Lo que brilla en la Cruz es la gloria del Hijo que revela al Padre por la fuerza del Espíritu: “Cristo que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios” (Heb 9,14). O sea, lo que resplandece en la cruz es el Dios de las relaciones mutuas, el Dios que es Comunión. Por cierto, aprovecho para decir que Comunión me parece una mejor traducción del misterio Trinitario que otros intentos bienintencionados de presentar a Dios más que como comunión de amor, como un amor multiplicado, un amor al cubo, por ejemplo cuando se traduce Trinidad por “Dios de la triple ternura”. Suena bien, pero el Dios cristiano es algo más, la esencia de su ser es Comunión de Amor, y por tanto, mutua relación.
A la luz de este misterio el ideal cristiano del amor es altruista, pero es más que altruista. Tiene que ver con el don de uno mismo, pero también con el amarse a sí mismo y con el ser amado. No conozco invitación a la felicidad más exigente. En la teología trinitaria cristiana, el altruismo se encuadra en el contexto de una visión de relaciones mutuas y equitativas.
Esta comprensión del amor mutuo como plenitud del amor se corresponde con la comprensión de la cruz, o mejor, del Crucificado. En ocasiones se presenta la cruz como llamada a vivir el altruismo y la abnegación. Estos llamamientos indiscriminados y sin matices hasta podrían contribuir a perpetuar la opresión. Sin duda en la cruz resplandece el amor al enemigo, pero resplandece más aún el amor a los amigos, el amor recíproco: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos”. Lo que brilla en la Cruz es la gloria del Hijo que revela al Padre por la fuerza del Espíritu: “Cristo que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios” (Heb 9,14). O sea, lo que resplandece en la cruz es el Dios de las relaciones mutuas, el Dios que es Comunión. Por cierto, aprovecho para decir que Comunión me parece una mejor traducción del misterio Trinitario que otros intentos bienintencionados de presentar a Dios más que como comunión de amor, como un amor multiplicado, un amor al cubo, por ejemplo cuando se traduce Trinidad por “Dios de la triple ternura”. Suena bien, pero el Dios cristiano es algo más, la esencia de su ser es Comunión de Amor, y por tanto, mutua relación.
A la luz de este misterio el ideal cristiano del amor es altruista, pero es más que altruista. Tiene que ver con el don de uno mismo, pero también con el amarse a sí mismo y con el ser amado. No conozco invitación a la felicidad más exigente. En la teología trinitaria cristiana, el altruismo se encuadra en el contexto de una visión de relaciones mutuas y equitativas.