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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

6
Abr
2011

El cuerpo de los resucitados

3 comentarios

La ecuación de Einstein (energía igual a masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado) puede ofrecer un modelo para comprender el misterio de la resurrección de la carne. San Pablo se preguntaba con qué cuerpo resucitan los muertos. Respondía: con un cuerpo espiritual, imagen del cuerpo de Cristo resucitado (1Co 15,35.44.48-49). Espiritual aquí no tiene connotación de inmaterial sino de participación en el Espíritu Santo. Se trata de un cuerpo transformado, que no pierde nada de los que nos constituye e individualiza, aunque liberado de todo automatismo y de todo lo que impide que nuestro cuerpo transparente nuestra más auténtica realidad.

El cuerpo resucitado será una forma corpórea que desconocemos. Una forma nueva e inédita, debida a la acción del Espíritu Santo, energía divina que habita el espíritu del ser humano. Y aquí es donde viene en nuestra ayuda la fórmula de Einstein que nos recuerda que la materia tiene unas extrañas afinidades con el espíritu, pues la materia es una especie de vacío, atravesado por partículas, campos de fuerza y flujos de energía, y se encuentra en una constante transformación. No es inverosímil, por tanto, pensar el cuerpo transfigurado como recibiendo una nueva estructura, conservando siempre las huellas de su “yo” único. El hombre seguira siendo el mismo, independientemente del soporte material que le construye y que, en este mundo, puede gastarse y degradarse.

Hoy sabemos que la materia puede transformarse en energía y luz, y que la luz y la energía pueden originar materia. Todo objeto dotado de su propia masa puede convertirse en energía perdiendo un poco de su masa. El sol pierde cada segundo varios millones de toneladas de masa que se convierten en energía, luz y calor. Lo contrario también es posible: la energía puede originar materia dotada de masa. Energía y masa son la misma cosa. Este podría ser un eslabón que nos permite entender el misterio de la resurrección. Ahora bien, esta convergencia de ciencia y fe nunca puede constituir el fundamento de la fe cristiana. Cristo resucitado es el fundamento de nuestra esperanza. De la esperanza de resucitar como miembros de su cuerpo. Pues Él ha resucitado como primicia, como el primero de una larga lista de hermanos.

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Bernardo
7 de abril de 2011 a las 11:13

Verdaderamente hermosa esta reflexión, Martín. No puedo coincidir más. Las ciencias actuales, especialmente la neurociencia, está cada vez más convencida que lo que nos constituye como ser humano es una función del cerebro, pero se produce una doble acción. Una de abajo a arriba, del cerebro a la mente, y otra inversa, de la mente al cerebro. La mente, una vez constituida en el ser humano, posee algún tipo de estado propio, no deja de ser una energía. La materia puede, de esta manera, transfigurarse en energía y todo devenir más allá de los límites actuales de la existencia.
Aunque la resurrección seguirá siendo un misterio, es el que fundamenta nuestra esperanza. Sin resurrección de los muertos, vana es nuestra esperanza, sobre todo la de los pobres, oprimidos y víctimas.

Un abrazo

OH!
7 de abril de 2011 a las 20:47

para conocer lo ancho lo profundo lo largo de Dios, aquello que ni el ojo vió nos tiene que envolver la Shekiná transformándonos en Aquello que ya Somos, en Plenitud. Una conjunción armónica de Ondas-Luz,cuya articulación desconocemos ahora, plenamente familiar en su momento. Un salto al Seno de Dios. Un eterno OH! Extasiado en Luz.

Sintonizo plenamente con tu post Martín, en linea con el nuevo paradigma que incluye dialogo FE razón, mística, teología, física cuantica, en dimensdiones holistico-transpersonal. Voces proféticas como Teilard de Chardín, Panikkar, Eckhart son buenos interlocutores para este tiempo nuevo, que pide amplitud de miras y horizontes. Despertaremos totalmente . Seremos aquello que ya somos en plenitud. Luz-es de Luz.

Anónimo
8 de abril de 2011 a las 01:51

Verdaderamente, cuesta imaginar la materia y la energía como un todo continuo. Aunque en las formas de materia haya diferencias, y lo mismo en las formas de energía, es impresionante pensar en el hecho de esta continuidad entre materia y energía. Al final parece que ya no sabes qué pensar. Si me permitís la expresión: ¿qué narices somos? Conforme ahondamos en la ciencia, ya no sólo en este ámbito sino también en el que apunta Bernardo sobre el cerebro y la mente entre otros, parece que va asomando un mundo tan complejo, tan sofisticado,... un mundo que ni siquiera atisbamos a conocer, ni a conocer ni a imaginar. Vamos dando balbuceos como cuando un bebé empieza a hablar. Lo dicho, ¿qué narices somos?: ¿un poco de energía con unos kilitos de más?, ¿un conjunto de partículas con un montón de espacio vacío entre ellas? Parece que cada vez más lo único que sabemos es lo poco que sabemos. La duda que se me plantea en lo que dices es si materia y energía, aunque de esta manera tan desconocida para nosotros, no siguen perteneciendo a este mundo, y no tanto al de la otra vida.
Aunque no viene muy a cuento, me viene a la memoria otra aplicación que escuché de una herramienta científica para explicaciones teológicas. Existe en química lo que se llama diagramas de fase, utilizados para estudiar ciertas mezclas de elementos (como el hierro y el carbono para dar acero), en los que atendiendo a las variables de presión y temperatura, se analiza el comportamiento de la mezcla, su estado físico, etc. Según en qué zonas te muevas, la mezcla se encuentra en estado sólido, líquido o gaseoso. Pues bien, hay un punto, bajo unas determinadas condiciones de presión y temperatura, en el que confluyen estos tres estados. El ponente, más o menos afortunadamente -no entro a valorar esto- utilizaba este ejemplo para hablar de la Trinidad, de cómo podía ser que en un mismo ser confluyeran tres realidades distintas.

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