Jun
Dos viejos sabios y contemplativos
5 comentariosInterrumpo mis crónicas escritas en Israel para detenerme en la foto del máximo representante místico sufí de Chipre saludando al Papa, en un encuentro no programado de antemano. De hecho ha sido el único encuentro entre el Papa y un dirigente musulmán dentro del marco de su visita a Chipre. Benedicto XVI tenía previsto entrevistarse con el Gran Muftí Yusuf Suicmez, máxima autoridad islámica de la isla. Sin embargo Suicmez no se ha presentado y no ha dado explicación alguna de su ausencia. No tengo claro si el místico sufí estaba allí por iniciativa propia o para rebajar la posible tensión por el desplante del Gran Muftí.
Las relaciones del cristianismo con el Islam no son fáciles. Benedicto XVI, en Chipre, ha insistido en la importancia del diálogo con el Islam y en la necesidad de mantener relaciones cordiales, condición imprescindible para la paz. En todo caso, el gesto del representante sufí en Nicosia, esperando al Papa en plena calle, así como el gesto del Papa deteniendo la procesión para saludarle, son indicativos del camino que conviene seguir. Esperar, acoger, recibir: he ahí los pasos para un buen encuentro. Más allá de toda diferencia ideológica. No menos significativa es la humildad del representante sufí: “disculpe que lo reciba sentado, soy viejo”, y sobre todo su petición al Papa para que orara por él. El Papa le contesto: “también soy viejo” y pidió al sufí que orara por él. Dos viejos sabios y contemplativos. Hablaron de oración. Se encontraron en lo más profundo que puede unir a los seres humanos por encima de sus diferencias religiosas. Porque las religiones siempre son medios. Y además no salvan. Solo salva Dios. Y la forma más directa de un encuentro con Dios, que supera todas las intermediaciones, es la oración.
Los místicos son los que mejor y más fácilmente se entienden: porque ven la realidad con “los ojos de Dios” y hablan el mismo lenguaje: el del amor de Dios. Los místicos se comprenden porque todos relativizan las instituciones que vehiculan su religión. Ven la Institución no como un fin sino como un medio para llegar a Dios. No la desprecian, sino que la valoran y mucho. Pero la valoran como un medio y en tanto que medio. Quizás ese sea un buen camino para el diálogo interreligioso: ser capaces de vivir la vida místicamente.