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Diversión para escapar del vacío interior
7 comentariosLos hombres prefieren la caza a la presa, el movimiento a la quietud, la diversión al silencio, porque tienen miedo a pensar. Pensar es la nueva penitencia de hoy. Y nadie quiere hacer penitencia. Lo que hoy está de moda es: “no piense, no hable, tan solo diviértase”. Y su traducción eclesial en algunos ambientes es: “no piense, no hable, tan solo obedezca”. Hoy nadie se plantea preguntas y, menos aún, preguntas de esas que obligan a pensar: ¿de dónde vengo, a dónde voy, qué voy a hacer con mi vida, tiene sentido la enfermedad o la muerte? Y también: ¿qué significa eso que creo, cuál es el sentido de los artículos de mi fe? Para pensar se requiere un espacio de tranquilidad. Pero hoy hay mucho ruido, demasiado movimiento, un activismo desmesurado.
El filósofo francés Blas Pascal analizó “la diversión” como una escapatoria que buscan los seres humanos para no enfrentarse a su vacío interior y al problema de su existencia: “De aquí viene el que sean tan buscados el juego y la conversación con las mujeres, la guerra, los grandes empleos. No es que se sea feliz con ello, ni que la verdadera felicidad consista en tener el dinero que puede ganarse en el juego, sino que se busca el ajetreo que nos divierte y nos impide pensar en nuestra desgraciada condición. Razones por las que se prefiere la caza a la presa”, o sea, pasarnos el día corriendo tras una liebre, porque estando agitados nos olvidamos de la muerte y de las miserias. Así se explica, decía este autor, “que gusten tanto a los hombres el ruido y el jaleo; de aquí viene que el placer de la soledad sea una cosa incomprensible”.
“Toda la desgracia de los seres humanos, afirmó Pascal, proviene de una sola cosa: no saber quedarse tranquilos en una habitación”. Estas reflexiones son un acicate para concienciarnos de la importancia de crear espacios y lugares para el pensamiento y la reflexión, de la necesidad de tener momentos de oración, de encuentros en el Señor, tras cerrar la puerta de la habitación. No para deprimirnos, sino para todo lo contrario: para reconocerle en el silencio y, desde ahí, llenarnos de su presencia para servir mejor a los demás.