Ene
Dignidad humana
2 comentariosLa historia se la he oído a uno de sus protagonistas. Ocurrió en un pequeño país pobre y violento, en el que cada día emigran a Estados Unidos 500 de sus jóvenes. Su nombre no es significativo, porque allí no hay salvación para los pobres: El Salvador (tiene 6 millones y medio de habitantes dentro y hay dos millones y medio de salvadoreños fuera del país). Una joven, que ha decidido pasar ilegalmente a Estados Unidos, va a pedir la bendición de su párroco, un sensato y venerable varón. Y le dice: “es posible que me maten al cruzar el río (que separa México de Estados Unidos) y es posible que me violen. Le pido permiso para ponerme una inyección para que durante un mes no pueda quedar embarazada”.
¿Qué decir? ¿Reprocharemos a esta cristiana el no estar abierta a la vida? Antes de llegar al sexto, es preferible hablar del primer mandamiento, interpretado cristológicamente: los atentados contra la dignidad humana son atentados contra Dios. La dignidad humana de los pobres de El Salvador (en un doble sentido: pobres que habitan este país y pobres de todos los lugares que son hijos de un Dios que salva) es muy sencilla: poder comer, tener trabajo, vivienda, educación, y alguna pequeña alegría. La dignidad humana nos exige clamar contra la corrupción y la injusticia. Eso es lo que hacía Mons. Oscar Arnulfo Romero. Por eso lo mataron. Me dicen que su actual sucesor, al ser nombrado, recibió dos millones de dólares para arreglar la Catedral. En contextos así se necesita espíritu de discernimiento, para no limitarnos a pedir oraciones cuando se atenta contra la dignidad humana. Ya decían los profetas que, cuando no hay justicia, Dios no escucha la oración.