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Diferencias bienhechoras
1 comentariosTenemos miedo al diferente. En muchas ocasiones lo vemos como un rival. Peor aún, como un ataque a lo propio. Y, sin embargo, el diferente puede enriquecernos. De hecho, todas las criaturas tenemos algo en común. Hoy la ciencia tiene claro que toda la vida, la vegetal, la animal y la humana, procede de un único principio. Por eso, puede y debe hablarse de “solidaridad de creación” entre todos los seres creados. Lo que atenta contra uno, atenta también contra el conjunto.
Pero también podemos hablar de “diferencias bienhechoras” entre las diversas criaturas. Afirmar estas diferencias es un modo de defender la posición singular del ser humano frente a los restantes organismos vivientes, cosa que algunas éticas no dejan nada claro al afirmar la plena igualdad de estos organismos con el hombre. El cristianismo mantiene con firmeza las diferencias bienhechoras, ya sea entre Dios y la creación o entre los mismos seres creados.
La diferencia entre el Creador y la criatura es bienhechora y liberadora para la criatura misma. Ni el hombre, ni las estructuras por él generadas, ni nada de este mundo es Dios y, por tanto, no puede reclamar que todo lo demás se ponga al servicio de sus fines. Se dan igualmente diferencias bienhechoras dentro de la creación misma, de unos hombres con otros, o entre el varón y la mujer, o entre los hombres y los animales, entre los animales y las plantas, entre los seres animados y la materia inanimada. Estas diferencias nos permiten descubrir la genuina condición humana y otorgar a los animales su valor propio.
Cuando damos espacio al diferente podemos reconocer lo propio de cada uno y su valor. Nos comprendemos a partir del diferente. Desde la diferencia comprendemos también la responsabilidad que tenemos para con los otros, con el resto de la creación y con los otros seres humanos, tan iguales y tan diferentes. En esta diferencia percibimos una huella de la riqueza de Dios y podemos adivinar que la “diferencia” se encuentra también en el mismo seno de la divinidad. Esta diferencia es la que permite la comunión y, en definitiva, el amor. Si estamos hechos para el amor, es porque somos imágenes de un Dios que es distinción de personas, cada una con algo propio que las distingue de las demás y, precisamente por esto, pueden estar en relación.