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Declaración sobre la dignidad humana
1 comentariosAl conmemorar el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Dicasterio para la doctrina de la fe, con la aprobación del Papa Francisco, ha publicado una muy oportuna declaración sobre la dignidad humana. Después de recordar que cada persona tiene una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, más allá de toda circunstancias y de cualquier situación o estado en que se encuentre y que, por tanto, nadie le puede quitar, la declaración hace notar que la expresión “dignidad humana” (fundamento de los derechos humanos) puede prestarse a una serie de malentendidos e incluso invocarse para justificar “nuevos derechos” que, en realidad son contrarios a la dignidad humana. Dos ejemplos claros que atentan contra el primero y principal derecho humano, que es el derecho a la vida: se habla de derecho al aborto o se utiliza la palabra dignidad para justificar la eutanasia (“leyes de muerte digna”).
Aunque el principio de la dignidad humana es plenamente reconocible por la sola razón, tiene su más serio fundamento en el hecho de que toda persona ha sido creada a imagen de Dios y, por tanto, tiene un valor sagrado que trasciende toda distinción sexual, social, política, cultural y religiosa. Nuestra dignidad no es conferida, no es pretendida ni merecida. Todo ser humano es amado y querido por Dios por sí mismo y, por tanto, es inviolable en su dignidad.
Me limito a indicar algunas graves violaciones de la dignidad humana en nuestro mundo contemporáneo, que el documento menciona expresamente: el drama de la pobreza (ligado a la desigual distribución de la riqueza), la guerra (ninguna guerra vale la pérdida de una sola vida), la pena de muerte, la explotación de los emigrantes, la trata de personas, los abusos sexuales (fenómeno que afecta también a la Iglesia y representa un serio obstáculo para su misión), la violencia contra las mujeres, el aborto provocado, la maternidad subrogada (el legítimo deseo de tener un hijo no es un “derecho al hijo”), la eutanasia y el suicidio asistido, el descarte de personas con discapacidad, la teoría de género (la vida humana es un don de Dios, que debe ser acogido con gratitud), el cambio de sexo (lo creado nos precede y debe ser reconocido como don; cosa distinta es que una persona afectada por anomalías genitales pueda recibir asistencia médica para resolver esas anomalías), la violencia digital (lo digital es bueno, pero no lo es la explotación, la manipulación y la violencia). También es contrario a la dignidad humana que en algunos lugares se encarcele, torture e incluso prive del bien de la vida, a no pocas personas, únicamente por su orientación sexual.
Esta declaración incorpora las modernas posiciones del Magisterio de la Iglesia. Bien podemos decir que es un documento necesario, que merece ser leído con atención. Si queremos simplemente ser humanos es necesario que nos respetemos a nosotros mismos y nos respetemos unos a otros, por encima de cualquier diferencia. El ser humano debe esforzarse por vivir a la altura de su dignidad. Se comprende entonces en qué sentido el pecado puede herir y ensombrecer la dignidad humana. Porque, aunque la libertad sea un signo eminente de la imagen de Dios y pertenece intrínsecamente a la dignidad humana, puede usarse también en contra de esa misma dignidad. Por eso la libertad humana necesita a su vez ser liberada: «para la libertad nos ha liberado Cristo» (Gal 5, 1).