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Dar todo sin perder nada
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Algo similar ocurre con el poder. Los poderes de este mundo son limitados. Cuando uno los comparte, pierde parte del poder. Los poderes finitos crean seres dependientes; son celosos de su poder y, por eso, lo defienden, aunque en esta necesidad de defensa muestran su debilidad. El verdaderamente Todopoderoso no necesita defender su poder; por eso puede crear seres independientes. En este mundo se diría que el poder es más grande cuanto más atemoriza y somete. Por el contrario, el todo poder de Dios consiste precisamente en liberar. La plenitud de poder de Dios supera el régimen carencial de la competencia y el dominio, para instaurar la economía del don, resultado del amor.
Dios, cuando da, tiene la capacidad de retomar lo que da y, al mismo tiempo, dejarlo en propiedad de aquel a quien se lo da. Por eso puede dar sin medida, porque nunca pierda nada de lo que da. Y al no perder nada, no hace de nosotros sus deudores. De ahí que Dios sea el único que puede crear seres independientes, porque se retoma a sí mismo mientras se da, y este retomarse constituye la independencia del que recibe. Dios no es el competidor del ser humano, sino el posibilitador de su ser y de su vida. “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1Co 4,7). Soy en la medida en que me recibo. Pero esta vinculación con el dador del ser no me anula ni me humilla, sino que me constituye y me deja totalmente libre.