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Cuatro rehenes israelíes liberados: alegría y tristeza
3 comentariosLa noticia aparece en primera página de muchos periódicos de este domingo: el ejército israelí ha liberado a cuatro rehenes en Gaza. Si nos quedamos solo con el titular, uno no puede menos que alegrarse. Pero la noticia es susceptible de enfocarse desde otro punto de vista, y destacar que la operación militar ha supuesto la muerte de más de doscientos palestinos. Si en vez de poner la mirada en uno solo de los aspectos del asunto, la ponemos en los dos, uno no puede menos que entristecerse. Todas las vidas valen lo mismo, tanto la de Abel como la de Caín. Todos los “caines” y “abeles” de la historia han sido creados a imagen de Dios. Y Dios ama igual a unos y a otros, porque en cada persona Dios se ve reflejado. Otra cosa es que esté de acuerdo con lo que hacen.
En las guerras nadie gana y todos pierden. Es una evidencia que quema los ojos. Pero las partes contendientes tienen los ojos cegados por el odio. Y el odio al primero que hace daño es al que odia. Pensado fríamente, ¿no hubiera sido mejor para los dos partes negociar una liberación pacífica? Hubieran salido todos ganando. ¿Por qué no se hizo? Porque ninguna de las dos partes quería. El odio impide las negociaciones, sobre todo cuando uno piensa ingenuamente que su fuerza es superior a la del contrario. Todo muy penoso y muy lamentable.
El Papa Francisco es una de las pocas voces que habla a favor de todos y no habla en contra de nadie. Quizás por eso es poco comprendido. El 7 de junio, en los jardines vaticanos, recordando que hace diez años, en ese mismo lugar, el presidente del Estado de Israel, Shimon Peres, y el presidente del Estado de Palestina, Mahmoud Abbas, en presencia del Patriarca ecuménico Bartolomé I, y de representantes de las comunidades cristianas, judías y musulmanas de Jerusalén, se dieron un emotivo abrazo, dijo entre otras cosas:
“Cada día rezo para que esta guerra termine... Pienso en los familiares y rehenes israelíes y pido que sean liberados lo antes posible. Pienso en la población palestina y pido que esté protegida y reciba toda la ayuda humanitaria necesaria. Pienso en todos los desplazados por los combates, y pido que sus casas sean pronto reconstruidas para que puedan volver en paz. Pienso también en los palestinos e israelíes de buena voluntad que, entre lágrimas y sufrimientos, no dejan de aguardar con esperanza la llegada de un día nuevo y se esfuerzan por anticipar el alba de un mundo pacífico en el que todos los pueblos «con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada uno contra otro ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2,4)”.